domingo, junio 16, 2024

Republica

 Ir terminando The road to Wigan Pier de George Orwell, es saber que sería un libro al que deberías volver cada poco tiempo.

  En estas últimas páginas, muchas veces te vuelves hacía un lado, hacía otro; te da por mirar entre las hojas, te vas a la primera y la preguntas, oye ¿habéis introducido páginas nuevas por la IA? Esa es la sensación que se tiene, sus razonamientos, los cuestionamientos de George sobre un no real socialismo de gente acomodada parece estar señalando al lector. 

   La primera parte del libro y luego alguna explicación es como si Orwell, como después Kapucinski fueran seguidores de uno de los primeros periodistas griegos, Heródoto.

   Meterse en una de las principales cuencas mineras de la Inglaterra que respiraba motas de carbón como parte del oxígeno que les daba vida es viajar con el escritor a la bajada a los infiernos que habitaban la clase obrera y que en algunos momentos, nos cuenta como era la antesala a la vida de algunas familias que aún vivían de los despojos y polvos que dejaba esa clase. El libro que describía el exterminio de un tercio del pueblo camboyano era desollar la piel que te pones cuando lees, hacerlo en francés, porque no está en mis entrañas, lo atemperó. Pasado los años, "las cenizas de Angela", clavaba cada segundo de lecturas a cruces, a la que siempre se acercaba alguien, para meter más vinagre en la herida que se te había abierto en la lectura entre las tablas rotas y raídas donde se apoyaba la desazón de la madre. 

   Llegar a Wigan, con el autor de 1984, es empezar a desvestirse, por parte de él, de su vida cómoda, como pertenecían muchos de los que habían nacido en alguna de las colonias inglesas que generaron, la gran literatura de glamour. Ver las uñas negras perennes de los mineros que cuando no tenían trabajo aspiraban el polvo que se desprendía, por si en ese bocanada se podía extraer unos nuevos últimos aires de instantes de vida y en las páginas siguientes, verlos cerca de las vías que provocaba un humo que cegaba los alvéolos de los pulmones para que estos fueran muriendo poco a poco, como un siglo después, en España, lo provocó una sátira de la libertad, es clavarte hojas de espadas envenenadas en la lectura en voz alta que realizas como para exorcizar el dolor que se hunde en las entrañas. Páginas con dirección al averno, al que en la segunda parte del libro, el autor nos dice que en nuestra vida real no seremos capaces de acercarnos más que por las letras a las que daremos de lado y apartaremos para ver el próximo partido de fútbol de multimillonarios, que relaje nuestra burguesa angustia de empezar un verano, volviendo a percibir la falta de respeto hacía el tiempo de sueño. 

   ¡Qué es eso, comparado con las aguas abismales de visitar un cuarto enano, donde dormían más de seis respiraciones inspirando entre ahogos la negritud a la oscura noche que les daba una tregua en sus odiseas por los cíclopes de las parcas rutinas sobre las que se asentaban los palacios de Buckingham y ahora nuestros palacios a los que acertamos porque nuestras comodidades se han asentado sobre la aceptación del nuestros actos, bajo la mirada condescendientes de las clases dominantes.

   Esperando la lectura de las últimas veinte páginas, escuchamos la conversación superficial de los actos cotidianos que llevaban a cabo Juan José Millás y Javier del Pino, divagar, sobre si la maravilla de estar cada día, pero si, obviando que nuestras quejas por el advenimiento de las brutalidades expelidas por seres animalizados, pueden tener orígenes propios, la mayoría de las veces bendecidas y propiciadas por quienes contemplan desde los cielos de su poder las grandes élites que nos ponen Monarquías y dioses, con sus guardianes para que nos quedemos encerrados en la canalizada meritocracia que nos fue concedida para lleguemos al final de nuestro nominalizado laberinto.

    Es una hora de radio que obvia el deseo de Republica, ondas hertzianas, impuestas por quienes nos hacen desfilar ante sus marciales marcos por donde contemplamos extasiados sus horizontes dibujados.

     República salir de la plácida piscina en la que nos ahogamos para ser embestidos por las olas y marejadas en las que volvemos a sentir crecernos desde nuestro desamparo.

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