Dice Leila que se me ha subido un patito en la cabeza; según me pregunta su porqué, no se lo puedo explicar. Se ha izado, lugar despejado, otear era mi opción, algunos piensan que es él quien puede contemplar y analizar lo que sucede; son tiempos para creer eso, abismos
El ánade es de plástico, cumple con todas las convenciones del hoy. Me he transformado en parte de una moda. Condenado a la apariencia continua
El caso es que montado en el mismo barco; estando Mobby Duck merodeando con un hambre que le hacía abrir la boca para mostrarme la profundidad de mi caída; en esas situaciones confías en las leyes de mar y en la corresponsabilidad de la tripulación compañera. Crees que todo se ajustará a la fuerza mostrada, pero has olvidado que llegaste tarde, que antes estaba él, a quien pretendías eliminar y que él compartió la aventura más peligrosa jamás vivida. Prendió, con la boca, la madre de nuestra actual bestia del averno, aquella otra embarcación por la proa y se hundió llevándola tras si, como si la oposición de velas, timón y orza fueran un débil cristal que se pudiera coser con pespuntes de principiantes. Aquello prometía trasvasar a los infiernos a los marinos más rudos que tierras irlandesas hubieran puesto en los océanos. Fue, mi ahora enemigo quien aprovechó la punta de proa para clavársela en su ojo derecho, el único que le quedaba como luego descubrieron, quien corrigió el rumbo a la muerte de aquellos, nuestros, hombres
Por tanto, la comunidad de la tripulación se revolvió contra mí cuando les incité a llevar al paso por la tabla a quien desde joven había sido quien conseguí mostrar siempre mis debilidades. Fue un visto y no visto cuando me vi en la situación que había sido soñado para exterminarle. Fui apareciendo, pasada la borda, por la mitad de la tabla y luego hacía el extremo que parecía negarse a aceptar mi peso. En cada paso oía un crujido y mi memoria la recordaba en nuestro último encuentro. El siguiente paso, rasgó alguna otra unión dentro de la madera y por suerte, conseguí eludir el bocado de aquel enojado monstruo, porque, aun con ese crujido me expelió hacía arriba y mi caída fue sobre su lomo, pues carecía aquel pesado mamífero la capacidad de quedarse en el sitio como el delfín.
Me así a los restos de lo que parecía un arpón que llevaba como agarre y tomé todo el aire que pude en una bocanada maestra que había aprendido hacer con la respiración circular que me había enseñado en mis clases de saxofón. Tirar de aquella herida le hizo tener que aparecer antes, lo cual tuvo un efecto milagroso ante quienes me habían castigado a aquella terrorífica prueba. Al salir del agua, me puse de pie sobre aquel cachalote, delfín gigante y grueso, como luego se corroboró y tras pasar cerca del velero, salté para ser recibido en olor de multitudes como un contumaz y maravilloso jinete.
Había aprendido la lección, en la inmensidad de los océanos, expuestos ante las más espeluznantes circunstancias que ser humano puede padecer, no existe cabida para el odio y las rencillas, que descosan las débiles costuras de la convivencia en una mínima nave ante el tamaño de las diferentes vidas vividas por cada uno de los marineros
Mobby Duck se transformó en los momentos de nuestras aventuras por los mares más peligrosos. Extrañas conexiones y coincidencias
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