Si miramos los pasajeros vemos que algunas personas no se han montado en las mejores condiciones. Todo se ha liado y el vuelo ha corrido un gran peligro por no poner la película de Frozen en sus pantallas por más días, en aquel espacio todo parecía embrujado por el aire frío que no amortiguaban ni las técnicas alternativas, ni las del abuelo que andaba bancando incluso en la primera clase.
Sofía, que tres horas antes, estaba en un atasco; intuyendo que no llegaría a tiempo aparcó el coche en un hueco, más fuera de lo que sería el anden y se dispuso a correr Siguió con sus zapatillas que se había puesto para conducir, pero cogió los zapatos con tacones de hipo; se dio cuenta, que casi despegaba; a veces, andaba; otras, corría, saltaba en grandes vuelos y giraba, cada vez más rápido parecía como una taladradora que la estuviera llevando ya en la cola de embarque.
Recuperado de la escucha de la trágica vida del niño pedrito, pasamos a verle con su compi de clase que le ha acogido. Vuelve a disfrutar el primero, el segundo pulveriza la puerta por donde se encerraba toda su creatividad. Trágicas mentes les daba un fin espeluznante que lo escuchaba un señor ya mayor y para sus adentros se decía: "mamma mía, a mi ni por asomo ni por asomo se me ocurren esos finales. Pero si, había vuelto un padre desquiciado por la muerte de la mujer y ahora iba a por el niño. Cuando los dos habían estado más que unidos en los instantes finales de ella.
Ahora ya era una catana, la que portaba aquel ente no humano, desquiciado; cuando la alzaba hacía los dos. El niño antes de caer desmayado por la incomprensión hacía lo que estaba ejecutando su padre, vio en la piel, que asomaba por haberse levantado una camiseta que hasta ese momento siempre estaba ajustada sin posibilidad de movimiento, que ponía IA; fue verlo, sonreír y perder el conocimiento. El amigo utilizo la palabra mágica para desconectar esa inteligencia artificial. Sobre el hijo se había producido una incisión profunda. El padre verdadero, golpeo con saña a su copia que como para ablandarle tomó las formas de su hijo, pero Jaime, el padre, ya no dudaba. Eliminó las apariencias y se dispuso a curar la herida del hijo, con la ayuda del amigo que le había salvado una vez más. Como Pedrito a él, lo tenía claro.
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