miércoles, junio 05, 2024

Impro

 Alguien cruza por el barrio, todo parece estar en calma. Va rápido, pendiente de nada, porque en su mirada está ausente. De repente choca contra algo invisible, es un golpe que le deja aturdido. Por unos instantes, a su alrededor cada rincón parece lanzarle una manguera de acciones que le desperezan.

   Iba recorriendo la acera donde jugaban a los cromos, ancha, con un amago de jardín que se perdió pronto, porque era un barrio obrero y eso noventa metros cuadrados de plantas, algun árbol y muchas flores no se lo podían permitir al frente de ese edificio.

    Enfrente a ras de suelo, hay respiraderos, en el otro lado de la casas, empezaron los primeros garages, individuales. En esos pequeños rectángulos se establecían los marcos donde se podía jugar a lo que se podría llamar fútbol, en unas condiciones precarias. En aquellos tiempos, de todas maneras, los coches eran una excepción y tampoco lo podemos considerar una excentricidad. Era la culminación de una habilidad.

     El foco se ha quedado en el centro y después de un rato se eleva, tiene la capacidad de iluminar a uno o a varios rincones a la vez, adjunto, al lado va la cámara. Puede fijar su lente sobre uno de los lugares o izarse un poco para mostrarnos la acción en esos cuatro espacios. 

      La primeras imágenes,  aéreas, cenitales, que tomamos son las de, parece ser, un espacio violento. En las cuatro esquinas se suceden actos de violencia. Nunca había pasado y sucede que incluso la lente es capaz de vez una tensión que hace temblar el espacio.

      Las protagonistas del rincón que linda con la carretera que va a la parte alta del barrio instantes antes estaban enzarzados en rematar un balón que les sirve para encontrar la habilidad centrando, como la del rematador más habilidoso. Parecería nuevo el esférico, por sus prestaciones, aunque unos rallones que pudieran ser provocados, despista al observador que como si fuera un ojeador, se ha detenido a contemplar la escena.

       En un momento determinado quien iba a rematar, en lo que era un tremendo cabezazo por el ímpetu y la fuerza con la que se había elevado. coge el objeto y pretende salir corriendo, al grito, todos sabéis que este es mi balón y que se lo dejé ayer a Jony, como un favor.

       El aludido, muy corpulento para su edad, inicia unos torpes pasos y levanta el puño, pero se da cuenta que está en terreno enemigo. Anuncia que ya le cogerá a José. Este sabe que será así, más tarde que temprano, para y se da la vuelta, emprende de nuevo los pasos hacía el grupo. Muchos bajan la cabeza, atemorizados. 

       No le defenderán, no querrán reconocer la marca que había acordado con el dueño para saber que ese balón era de ellos. Unos aludirán a que se tienen que ir, otros, sentirán una piedra de vergüenza por su cobardía.

       Irá horondo y feliz quien ha marcado su terreno. Sentirá el vértigo de ese poder que exhibe; en el fondo, sabe que nadie le quiere; le temen o le evitan.

       Cerca José, se encuentra con sendas de miedo y avenidas de indiferencia. Ante algunos muros encuentra a caras sonrientes; les pide disculpas porque ellos si que hacen visible la valentía. Se acostumbró a huir

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