Tomas los papeles, te inundan la oscuridad, para no encontrar las luces entre estrellas en las que te recreciste, siempre incompleto. Cada año, podrías haber hecho, sido, descubierto.
Pintas en el espacio tu gimnasio, la comarca de Namur, dentro aquella aula de la naturaleza nacida de un ramal extinto de un canal que era un brazo del río La Meuse.
Ciclope vigila a su última presa, un tal Ulysses; en la cueva, la podríamos llamar Wepion rugen ovejas que ovacionan la novedad.
La naturaleza cercana a las aguas es una ferviente demostración de vida; surge una pájaro y una ardilla en danza alrededor, trazan ritmos de cadencia silbando melodías con las hojas que esconden la tristeza de un nogal que un año más ha perdido su fruto, ¡malditas heladas imperturbables a dejarle yermo!. Lo aceptan, es este clima, este tiempo.
La ardilla, aquí un salto, allí un giro, allí un equilibrio atemporal, sujetando la tormenta del viento y el abismo, cincela un cielo compartido.
El rígido Cíclope tiene contadas sus presas. Hubo un traductor que lo midió con la rigidez de la métrica de aquel momento; tañeron los siglos pero guardaron la belleza los versos. Un coro fluye por nuestros animales. Un ciruelo despega, aquel granado les acoge entre sus ramas y les estampa sus besos apasionados.
Un silencio apaga la escena. El viento entra en un clamor, nos trae viejos amigos enlazan antiguos pasos; se unen las balidos de aquel rebaño con el Crudo relator de sus odiseas.
Todos trazan una plan; embriagan de actos en caos, bufonescas agitaciones de exaltación del ego de ese ser ya de por si engreído. Este, ciego, ocupa todo el espacio pero nadie parece percibirlo. La fuerza del grupo crea estadios, comuniones, realza a cada uno de los seres.
Eso sí, siempre acecha la mano de ese pérfido Cíclope, que con sus manotazos de odio, amenaza destruir "la vida de los otros" que pudo suceder en aquella Alemania Oriental, o puede suceder en cualquier espacio, por parte de los censores de nuestros días.
Sientes un abrazo, hubo un texto, un poeta, una traducción, pero cayó en mis zozobras; a sus manos, las siento como el pellizco de vida en los que les dibujamos, sólo para interpretarlos. Nacimos con tantas imperfecciones
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