Nunca lo superé, Donald; podías ser un astronauta, un científico, un profesor amado. Buscaré por todo el cine que no he visto en estos años, pero no, no te pude perdonar.
Lo que es la vida, aquel ser pura llamada a copular con la tierra amada, hizo otros personajes, comerciales, se convirtió en la vida, en parte de lo que en aquella película eras tú; ser perverso para las vidas meritadas para un fin de servidumbres.
Era tan impresionante tu conversión en "la Maldad", que sólo la he podido ver convertida en realidad e incluso superarla en aquel carcamal del odio, que sigue supurándolo, el Aznar apologeta. La violencia de este, porque aprendieron y porque tiene ejércitos de almudenas necesitadas de casito, que la ejercen con subjetivas órdenes, nos impresiona menos, porque tu personaje ejecutaba seres en una especie de depravados placeres en los que emergía, tras mimetizarse en el día a día en una falsa fraternidad, en la cual él debía ser adorado.
Donald Sutherland, transformado en una Attila, dos t como martillos para un aquelarre guiado por los Duces que los manejan a discreción; sabiendo ahora de su sanguinario instinto ejecutor, en otro momento, ya atemorizados los Jaimes, llevándolos dóciles con bozales en los que se dejan su dignidad, una vez que ya se dejaron su raciocinio.
Por ser tan auténtico en tu personaje de Novecento de Bernardo Bertolucci, a ti, actor Donald Sutherland, te llevo en el pensamiento, mientras hoy contemplo a tu performance entre los mercurios de los avernos, otorgándose medallas entre ellos, las llaman de honor; no, cariños, de sanguinaria indiferencia a la vida, por su fidelidad a sus millonarios amos.
Odiar el personaje, lo conseguiste con tu actuación, de mi.
Ver tu imagen defendiendo las causas de los desfavorecidos, amar la persona
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