Cae en el libro de Javi Caballero, La Villa 311 en manos acostumbrada al tecleteo; amenaza con no leerlo porque parece que todo se cierra alrededor y se han obstruidos los caminos a mundos, narrados por vividos.
Dos mundos de una misma patria se asoman, La llamada de Leila Guerreiro y el libro de Javier; el pulso de la pobreza asomando por uno, agarrándose a la supervivencia con una bota que enhebra unos cordones impropios, para taladrar un espacio que lleve al sueño de salir del barro que les ahoga y por otro lado, el compromiso por liberarse de tantos vende patrias con licencia para robar y extorsionar a los primeros.
Por medio, pasos por los diferentes barrios potreros, en uno donde la virulencia de los actos son gritos espasmódicos de socorro, barreras impuestas que deben ser saltadas aunque sean subiéndose a las aspas de los molinos imaginarios que nos adventen a las otras orillas donde no sabemos nuestros futuros.
Tras un silencio, todo el grupo, realiza una danza de amor al agua, tan falsa como la entrega que se ha producido a los excesos de querer obtener todo, como si fuera a coste cero
Un grupo se desencadena de ese baile trivial y comienza una carrera furibunda por encontrar pócimas maravillosas. Son acciones desencadenas desde cuerpos inertes que, ahora ya pugnan contra los espacios de sus actos que les tienen encerrados. Sus movimientos, se agotan anclados a la tierra y desde allí, hablan unos: ven agua; ella dice, para que si me despilfarras en regadíos que sabes son inaguantables en el tiempo. Otro dice, los reduciré; ella, si pero arrojas a mi cauce ciento de veneno en el que ahogaras la vida de los peces.
Desde otra esquina, todas las personas que habiendo acabado de bailar, el ritmo anterior, y han terminado formando naves de dos personas que de repente emprender un viaje quizás para, por fin, saber nuestros límites, errarán por toda la sala y desde allí, cada uno, realizará su danza de descubrimientos hasta que todos terminen unidos en una nueva acción donde confluyen las fuerzas de cada una que se unen porque, se vieron débiles en su lucha contra la codicia.
Cogemos aquel tiempo, de hace, parece que cientos de años, de aquellos pitufos que enseñaban al alumnado de Namur, donde estaban las debilidades que les destruirían su lugar de residencia.
Van saliendo a la palestra cada una de las estudiantes del cuarto grupo, ellos exponen las pequeñas cosas que ven.
Las proclaman de una en una y después en los intervalos que ahí, el grupo muestra un baile común que se dirige hacia otro lugar donde ha ido la nueva voz y el nuevo aviso.
Un circuito de acciones, cambia de espacio; los avisos no se dan por agotados, se necesitan esperanzas, para que papa pitufo no parezca que ha sido destruido por las inercias del consumo que siguió aumentando desde aquel tiempo de un proyecto común.
Caminos que sólo se desenmarañan desde la acción
No hay comentarios:
Publicar un comentario