miércoles, mayo 29, 2024

El señor vagón

 Todo está ardiendo por los cuatro rincones de la ciudad. No podemos imaginar quienes son los personajes que han creado ese caos.

  Nos vamos con nuestras cámaras al primero de los puntos; hasta, no muy lejos, de nuestros estudios centrales, se ha desplazado Pepa, estudió en la Universidad Pública de Navarra e hizo un máster con uno de nuestros corresponsales en el extranjero, se llama Pablo y tendría todos los motivos del mundo para permanecer en la retaguardia de la información. Él fue señalado hace años, por quienes quieren tener controlada la información que recibe las personas que se conforman con escuchar lo que les confirman un mundo de orden. 

   Nuestra corresponsal encuentra a una pandilla que, a todas luces, tendría el foco sobre posibles desmadres que pueden provocar y romper la armonía de una ciudad. Se dirige hacía ellos y estos, como confirmando nuestras peores sospechas, hacen lo mismo. No duda ni un momento Pepa; cuando ya está cerca les guiña un ojo y ellos empiezan a danzar al ritmo que les va poniendo el cantante. Este rima las palabras con el sonido de la tristeza que sentía durante una época, cuando después de llevar unos meses en su ciudad, percibía que lo que se encontraban su familia era la miseria humana de quienes ejercían de explotadores en un lugar del que siempre habían oído noticias el positivo. 

    Con ese ritmo infernal que ha empezado a tomar una velocidad de crucero descomunal, quienes andaban con él, se deslizan por el lugar y de forma sucesiva forman figuras acrobáticas que edifica bloques donde se vive y, por momentos, nuestro cantor protagonista parecía perecer entristecido, por esta sociedad tan individualizada y si no selectiva.

    Más lejos, nos adentramos por un espeso bosque hasta un río al que ha llegado nuestro corresponsal, Kapuchi, le llaman los amigos. Pasó que un día relajado, en plena emisión le llamé así. Me soltó un rayo desde sus azules. No me había dado cuenta y seguía en mis trece, hasta que con una ironía sublime, me devolvió la cobertura y el pescozón, me dijo esto es todo desde las márgenes del rio Salado, pasamos la palabra a Mahama, ¡hostías, se me escapó en directo!, para volver a no perder el hilo de lo que estábamos narrando. Kapucinski llevaba unos meses allí, viviendo con la comunidad aborigen de aquel lugar. Había plantado y bailado celebrando la vida, hasta que unos grandes camiones con sus respectivos orugas horados del río les dejó sin recursos. Su baile ilustraba su energía, las letras ahora narraban la desesperanza en el ser humano.

     Ignacio se había quedado en los estudios centrales; allí había percibido la vorágine de estar en un momento al mando de la mesa de mezcla y girarse de repente para dar entrada a un plano maravilloso que en esos momentos estaba ofreciendo el acuoso corresponsal. Saltaba entre sillas, mantenía el equilibrio, giraba, volvía a quedarse en el borde de un precipicio como agarrándose a una barra imaginaria que le abriera los mundos que tenía en sus manos en la sala de control.

     Nadie imaginaba que la cuarta cámara hubiera viajado hasta la casa de aquel profesor que había abierto el mundo de las corresponsalías a Pepa. Allí, contaban historias con sus anécdotas de los viajes de Pablo, como de ese del mismo nombre, pero con apellido González, al que su propio país no sabía defender de un Estado con acciones dictatoriales. Entre voces, y andar por los suelos, o levantándose y volviendo a rodar, contaba las historias de alguna Berta, de otro Eduardo, de aquel padre que antes fue niño y que en ese momento se le había despojado de sus raíces, hasta llegar con apenas aire, y haberlas fijado y regado con la fuerza de la niñez, que puede ser triste pero vigorosa y esperanzadora para que arraigara en aquel agreste y desagradable lugar que le estaba cortando la respiración pero le ofrecía el tiempo para que todo se amansara y arraigará 

     De aquellos cuatro lugares, apagados los focos, cada uno de nuestros corresponsales, nos mandaron vídeos de otros momentos en la vida común de aquellos integrantes de la comunidad. 

      Mundos en los que nos montamos y sin darnos cuenta, nos van llegando a estaciones de las que aprendemos

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