Me pusieron ese nombre y parezco fruto de él; anoche, navegando por la oscuridad me topé con Paul, nadie dice que eso sea fácil y mas aún que lo deba publicar; mucha gente pensara que la cabeza no debe andar muy bien. Pienso que lo dicen por él, porque en 4 3 2 1, me explicó tantas cosas que esos días hasta prescindí de twitter y eso que vaya telita ahora y también esos días. Mi morada había quedado mucho mejor y sin embargo, ahora es mi pierna la que está de tamaño color, porque es más grande y redondo de lo normal.
El caso que se la he ofrecido a mi nuevo amigo; él dirá que esa palabra la manejo con una confianza que no me ha dado; me pasó con Shane, que aún espera que le devuelva su noche lluviosa en Soho, con mi voz. Me da pánico, le digo, escuché a Nick Cave. Él asiente y se asienta, porque nunca se irá.
Tardé en volver, de la carrera; es que él, que estaba ya para elevarse a los cielos o para meterse en las entrañas de la tierra, yo creo que también por lo de "alcanzar la gloria"; los infiernos, son los que nos encontramos cada día, cuando satanizan a estudiantes que quieren que no seamos los criminales consentidores que nos lavamos las manos, una vez más, como cuando hemos ido dejando a los genocidas llegar a los gobiernos del Congo, ¿es posible que hayan asesinado a 5 millones y estemos mirando la pantalla de nuestro móvil a ver si el coltán que nos sirven aquellos depravados, no nos falla porque nuestra vida se alimenta de twits?.
No ves, me dice mi correctora, te pones a hablar del Congo, cuando estábamos extasiados esperando escuchar las palabras de Paul. No comprendes que queríamos escuchar su trilogía sobre la gran ciudad. Siento un pequeño dolor en el corazón, ¿estaré haciendo demasiados esfuerzos?; más bien, me viene del recuerdo de lo que hablamos, antes, me dio su pelliza porque para que se la iba a llevar allí donde dicen que no se necesita el pellet, ni quien te cobre una revisión como si fuera la amenaza de un puñal guiado por un insultador mercenario; quería, el compañero de viaje, entretenerse un poco conmigo, que como siempre voy con las canillas al aire.
Me ofreció un cigarro; ¡por favor, por favor! ¡smoke! ¡qué horror! llevo años sin hacerlo e incluso me quité en los momentos más difíciles, encerrado en una mili, en la que iba al revés 1 2 3 4, con amenazas de un descerebrado al que nunca puse cara.
Nos hemos metido en una cabaña, apartado de aquel misma esquina fotografiada para mostrar infinitos diferentes mundo. Me describe alguna de ella, que no puso en sus libros, un niño lanza un beso a la cámara, a la que mirará quince años después, para mostrarle la alegría de ir del brazo de una joven que mira intrigada quien ha tomado aquel nuevo beso, que arropa la memoria del pequeño.
Entregados a compartir recuerdos, alguna cierva se acerca, desde la viña que acaba de asaltar para desmembrar los nacientes racimos. Parece querer llenar mi soledad, que no la he inventado que me ha producido el dejarme huérfano de las uvas con las que quería compartí la nueva vida, entre botellas de un vino con el que aprende.
Cuando, a la vez llega una piara de jabalíes, aquello bajo la luna adquiere la forma de una palacio; yo, amenazo con irme, todo parece formar una ciudad de cristal y él, Paul, que había permanecido silente, me dice, vive este instante mágico bajo este edificio que nos ha concedido en su plenitud, el nocturno astro. Callo, por una vez en la vida, bueno y cuando escucho en nuestras cenas, a los queridos comensales. Descubro que el envoltorio que dan a mis divagaciones son de los colores de abrazos. Dylan estará en los pulsos de mi corazón, por si descubro un nuevo misterioso segundo perdido.
Para la chica de Ipanema, yo soy invisible, también andando por las calles donde habito, donde algunos mirando haciendo donde subo, sin verme; Joao y Stan parecen querer introducirme en el país de la últimas cosas. La garota exhibe toda la armonía de su cuerpo, desde su ojos ven lo que acabo de atravesar. Porque enfadarme si Infidels no se ha hecho visible en mí, hasta el día de hoy. Dime Bob cuando abarcaré las sonrisas en las que me bañan tu música. Chico, cierra todas las puertas, ponte el disco, hoy no hay Pandemias, ni Bases, ni Centro Gravedad; abre los ojos de tus cerebros y viaja eterno, en esos minutos. Lo hago, ¡cuánta paz, me da el barco en el que te navego!.
Paul, la cierva, los jabalíes y yo nos concedemos las ilusiones de caminar juntos durante un tramo de regreso a mi pueblo. Tengo grabado en mi cabeza la forma de un señor tumbado, con las rodillas recogidas que mira hacia el cielo. Me dona esa pintura, los diferentes picachos que dibujan los Galayos, a punto de salir las primeras estrellas, a las que parece querer soplar, por jugar a engendrar un caos.
Ese señor parece ser el primero que se da cuenta que Paul se ha subido a una de las luces por la que no nos caemos y allí arriba, Gilberto nos apunta con un endiablado rif, donde se ha posado, estrella con estrella, a la que nos quedamos mirando y prometiendo que no pasaremos del séptimo piso, por lo de la siete vidas del gato, que al subir al octavo, no la vayamos a fastidiar.
Me convierto en el señor Vértigo, quien no lo sentiría si tuviera que narrar que compartió un ratito, una inmensidad para mi mente, con Paul. Le agradezco ese su instante, para mi, una constelación, por la que recorro la vida de sus fotografías escritas.
Prometo no desmoronarme hoy, aunque un cansancio extremo se pone sobre el paisaje en los que os encuentro. Os contaré entre las ilusiones con las que me visto para recorrer recónditos caminos
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