Lo razonaba hace tiempo y no terminaba de comprender el origen de la violencia. Una luz verde que atraviesa el espacio me ha revelado que esta viene de las animalistas que quieren que acaben las exhibiciones tribales de bestialismo y valoración de los instintos primarios en el sufrimiento de los animales. Ver esta cualidad, sólo en esas mujeres que se enfrentan a antidisturbios protegidos de abajo arriba, lanzando patadas al aire, no verla en escupitajos y en los insultos que las arrojan con odio por esos señoros que añoran los ofrecimientos al altar que hasta el mismo Abraham lo dejó, cosas de voces como Iker.
Construida el origen de la distopia, me quedo mirando el cuadro; es moderno y sin embargo, parece de aquel gran Velázquez, existe un bufón y alrededor los dueños de la tierra Media, a los que entretiene. Mirando, pasmados por las palabras y los aspavientos de las guías, marcha una sociedad que mira al cielo y ya se plantea hasta si las nubes tienen los mensajes ocultos y diabólicos que tenían las canciones cuando se la ponía al revés. A estos últimos les vamos comprendiendo a lo largo de su ladridos y sus dientes amenazantes cuando van soltando las estulticias necesarias para ser merecedores de los alimentos que les van lanzando los primeros.
Quitamos la chapa de nuestra botella de cerveza, nos hemos acostumbrado a su sabor. Su dueño toma sus ganancias y a nuestra libertad, insulta a la segunda y con la primera crea un altar en el que ser adorado como si nuestro paladar fuera el exorcismo para entregarnos a sus delirios de grandeza.
Al niño, le educaron en el odio hacía esa plebe que se le entregaba al padre, a través de la expulsión continúa de la racionalidad. Vivir en el lado justo para rechazar a quien vive en otra cultura. Utilizar a un dios al que decía amar, como el de la cera de enfrente. Desear en una fanática, que aquel incendio fuera desde el Ebro, para que aquella señora que, también iba a la tienda de barrio de las Olgas del mundo, pudiera quemarse porque aquel bellaco de la producción del rechazo al otro, había conseguido una mayoría de la que se ufanaba, aunque en su fotografía a pie de escalinata, sirviera de recordatorio de quienes habían tenido problemas con la justicia, aunque sin cadena perpetúa.
Insertado en esa foto, relato de los horrores, de seres caimanes dispuestos a ir a empobrecer a un país. Ese niño enriquecido por el odio y sueña introducir el mundo buitre globalizado; se aseguraron que el individualismo en el que veo el meteorito, me tenga apartado de lo común, del encuentro con quienes caminamos por separado, pero que apagamos esa pantalla, para trazar líneas en la que nos escribamos en los futuros comunes.
Luz trágica para una foto fanática de soñarse imprescindibles. En el centro, el bufón al que se entrega la jovialidad de seres desorientados por tantos meteoritos
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