Nada sucedía, todo permanecía quieto; el tiempo se había parado y el aire estaba apelmazado pegado sobre las paredes. Podría alguien existir durante mil vidas.
Fue entrar aquella persona, trazando líneas a una velocidad exorbitante, cambiaba de dirección de tal manera que parecía rellenaría todo un estadio de beisbol en pocos segundos.
Todo cambio el aire golpeaba a las personas que sujetaban entre ellas, parecía cada segundo engendrar mil matices de sonidos; nadie encontraba un punto sobre el que fijarse, todo parecía moverse y cada uno de los habitantes creían estar al borde un precipicio.
La acritud se había instalado por cada uno de los poros que exudaban aquel personaje.
Se saboreaba nuevos gustos, confrontando con tan diversas personas, el mestizaje creaba una mezcla de gustos que se impregnaban desde el advenimiento de aquel torbellino
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