El enésimo requerimiento de aquel remolino para descubrir la salida cuando te atrapara. Hacía mucho tiempo que el deseo te invitaba a remozar aquellas antiguas habilidades. El cuerpo ya no tenía la exuberancia de la juventud y cabía la posibilidad de que las manos se hubieran olvidado de responder a los requerimientos de la velocidad del agua.
En medio de la corriente, cuando piensa que los hechos van a arrollarle una vez más con la obtención de la nada y las piedras pesadas que golpean su memoria le pueden anclar en el fondo, entonces toma la piragua, y se reencuentran las horas, si quieres llamarle juveniles donde se buscaban los porqués a las infinitas ocasiones en la que se terminaba remojado, dando más importancia a la compañía que se compartía y no poner límites, aunque el innumerables ocasiones se llegará con la mente en la negación y el cuerpo en el cansancio.
Ahora cuando al introducir la pala para hacer una tracción orientada, el grado es justo el que se metió en la boca de mil cortados, la inclinación del kayak será el adecuado para eludir las piedras que se multiplicaban como panes que buscan fueran su alimento, cansado de beber para saciar su boca inmensa.
Serán necesarios los porteos porque no siempre habrá un francés insaciable que haya estudiado en mil mañanas la grandeza de las olas para darle el justo impulso para caer sobre la marmita liquida y no sobre el pedrusco que amenazaba desnucarte.
Recorrer las olas para devolverle holas a los periódicos que se maravillan porque en una televisión publica se dé autonomía para que una profesional no sea dirigida por los políticos que se codean para entrar en la corriente, como las competiciones espectaculares de cuatro kayaks, intentando cada una imponer su verdad en las corrientes y las contracorrientes.
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