En el medio, el director, sólo, dubitativo, nervioso, impositor porque no está seguro de ser este el camino.
Cinco grupos ocupan las cuatro esquinas y el centro de la escena, de la que se retirará nuestro protagonista.
Una primera acción conjunta en la plaza es regada por la música de Richie Ray y Bobby Cruz; bailes con ritmos latinos en cuerpos poseídos que describen la ingravidez como un juego de astros que se rebelan contra un orden.
Exhaustos desde el calentamiento, se descubren nuevos entre los impulsos, sea ahora de saltos; otros entre los encadenamientos de acciones; más allá como si todos esos colores de vida se pudieran impregnar sobre estatuas, primero silentes, después el acróbata reclama que esa lluvia no se dilapide en proyectos faraónicos, creando construcciones tan efímeras que ya las estemos perdiendo y entonces, surgen vidas que están rodeando los días que se repiten, sin ser nunca iguales, esos círculos en los que ruedas, ya sea en los planos verticales, transversales, anteroposterior pero por los que te encuentras ejecutándoles dándoles valores diferentes en lo que parecen son días perfectos.
Se suceden sus actos, ya sea en un marco silente, ya sea sucesivo, ya poniéndoles multiples focos para que cada uno busqué mejorarse en sí y por fin, para que todo se haga simultáneo no con el afán de disimular las imperfecciones, sino porque se descubren parte de actos que siempre están por ejecutarse, que otras, por crear tantos mundos en los que poder convivir con el diferente.
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