Hoy ha tocado tirar muebles viejos. Cuando he llegado al sofá, me ha cogido, me ha sentado y durante una larga hora me ha estado hablando.
Se ha acercado el hombre del vertedero; cuando ha girado la esquina, me ha mirado, le he señalado, se ha encogido de hombros, se ha dado la vuelta, mientras en voz baja decía: otro que quiere alargar su agonía, y se ha alejado.
Yo no entendía nada; un mueble hablando, un trabajador que no se extraña y yo, que parecía atrapado en una maldición de la que no podía escapar.
El tiempo apremiaba porque detrás mío se iba formando una cola de coches de los cuales no salían sus ocupantes a pesar de las voces que daba el sofá en sus lamentaciones.
Me fijaba en el primer coche, con un remolque y allí veía cómo se abría el cajón de los tenedores de un armario de cocina y le imprecaba a quien le llevaba al volquete de los objetos voluminosos. Le decía que no se hubiera atrevido a hacer semejante injusticia si hubiera sido un tridente, de Neptuno, para más señas. Claro, clamaba, en cuanto veis que os podéis ahogar cedeis en vuestras macabras venganzas. Ahora, añadía, como todo debe estar a la luz, y os ha tocado una cubertería en el "rasca" y un botellero os lo ha dado vuestro amigo el vinatero creéis que nosotros solo ocupamos sitios. Como para ablandarle o incluso, destrozarle, le ha empezado a recordar que el vinatero, a lo mejor, no es tan inocente, en el trato con su pareja.
El conductor, por lo que parece, debe ser un profesional en el arte de tirar muebles, porque sin mediar palabra, se ha bajado del coche, ha cogido una hacha de la caja de herramientas y cuando el cajón ha querido producir una sonrisa o una tristeza, con sus palabras, " ahhhh, muero porque no muero y tan alta vi.." ha desplomado el hacha sobre él, lo cual ha generado un corte tan seco que como un personaje de la tragicomedia, ha dado, de forma sucesiva, primero un alarido, seguido de un suspiro, como "uff" corto y decadente y por último, ha parecido exhalar el olor a whiski de la botella que se derramó sobre la madera, mientras el vaho sobre el cristal trazaba una lágrima de cocodrilo.
¡Como no sonreír, viendo todo aquello a través del retrovisor, además de haber quitado la música de Dylan y escuchar a mi interlocutor cercano y al melodramático de detrás!
En su perorata, mi casi ya antiguo sofá, pasaba de la burla, por aquella noche en que una visitante bella, salió pitando, cuando me abalancé sobre ella, como una bestia; a la complicidad, cuando, me recordaba, se había ofrecido como el lugar mas sexi del mundo para desplomarme en una siesta, siempre necesaria y que aquel día, por atender a un budista que me dijo, por favor, por favor, no me hagas lo que Faemino; no te burles de mí, aguante el chorreo y cuando caí, eran las ocho y si, me desplomé sobre él.
Cuando clamó piedad por una última vez, me arengó, como en los días en los que escribía mi último libro sobre la Galia. Desde mi silla, ella me narraba algunas de las lecturas que había dejado la noche anterior sobre algún cojín un poco enteradillo. Lo dramatizada muy bien, no lo puedo negar. Ahora uno de los cojines se alzaba y narraba como había construido el cementerio de menhires de Carnac. Luego otro parecía perseguir algún jabalí que se comería el Obélix de turno.
Al final, me sentí como un rey, pero en este caso consecuente y no mendaz y no dí ninguna esperanza a este mueble que ya no tenía los apoyos necesarios. En la ficción, otros se inventan usos y costumbres pero porque no tiene ni pies ni cabeza, por eso aparece en la irrealidad
No hay comentarios:
Publicar un comentario