Lo habían perdido hacia horas. Tiraron cada uno para un lado, seguros de su personal decisión. Turco, no entraba en esa lucha de egos. Le había comprado con tres salchichas, dos cuencos de agua y un lugar al lado de Teococles.
Si no se juntaban en los próximos minutos, se cerraría el cielo con un inmenso telón gris que amenazaba con tragarse tantas certezas que tenía la ignorancia que les habia llevado a separarse.
Se quebró el suelo de la tierra y ya no existieron caminos, sino sendas paralelas. Michel se sentó tranquilo aunque el estar sentado en aquel bar y pedir unos huevos, unas patatas y una cerveza significara un fracaso estruendoso en sus predicciones pero ¡Que carajo! tenía hambre. En mitad de la copiosa comida, que seguía aumentando en viandas y bebida, llegó Timoteo eufórico, venía como Elías, en un carro victorioso, para recoger a quien había dudado de sus capacidades, harto de comida y ahíto de autoestima. Su sonrisa era hiriente como el macizo en el que se habían separado y su ironía echaba pimienta sobre el postre.
¡Que demonios!, nada era más fuerte que su amistad, pese a que su respectiva cabezonería podría ser la base de una catedral. Se unió a la comida, mientras que Turco empezaba una sinfonía de ladridos, aprendidos de las cornetas del infierno, pensó Michel.
Sólo hubo tiempo para comenzar nuevos proyectos y cimentar la construcción de sus vidas que se irían separando aunque siempre tendría la riqueza de una piedra filosofal común, la de un respeto mutuo.
Saldrían las aguas embalsadas, últimos vestigios de un quererlas encadenar, para apaciguar aquella sedienta montaña, en un verano que quería juntarse con el anterior. Sobraba soberbia y nos iba faltando reconocer al otro, que nos lo habían hecho enemigo sólo para hacernos dependiente de los poderosos. Ellos dos, habían construido un anarquismo sin dioses a los que agradecer nada, sin reyes a los que pagar peajes y sin patria porque el espacio de esfuerzo compartido les daba vistas iguales en visiones diferentes, porque se otorgaban sus esfuerzos y porque edificaban cielos en los que pisaban los sudores caídos que regaban los sueños de hacerse cada día
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