En un barrio tan obrero que hasta genera descendencia el mismo trabajadora; ocurre que se acerca Aitana con un barco lleno de migrantes.
En un autobús, cansada, una mamá regresa a su país sobre ondas que no la arrullan. Ve a su madre y a su hijo después de haber cumplido un horario que empezó en la habitación que no transpira.
Toca la pantalla por si acaricia la barriga en la que todo empezó, el pelo ensortijado que tomó en la sábana las palabras enrevesadas de aquel ser polla, que es lo único que sacó en claro. No tuvo nombre, quizás sólo el catre improvisado de aquel acto es lo que más se le clava en sus carnes.
No dribla el cansancio, sólo da pases a su hambre, por si soluciona las carencias de ese niño que no sabe si debe salir de una sociedad tomada por los Arturos Ui, que si, que como en Ecuador, como en Colombia crearon un submundo del que obtienen la fuerza con la sangre derramada. No hay esperanza porque todos los candidatos son fotocopiados para el cartel democracia.
Traerlos con ella, para distribuirlos en una sociedad yunque, corre el riesgo que los invisibilice para ya no ser más que números a los que por ahora permiten vivir.
Se baja en la parada, Aitana miró, decidió; tenía compañeras que siempre serán ella. Con Claudia, con Patri, con Mapi, se encontrará siempre, aunque hubo unos días que viajó en un autobús y se enfrentó a otro mundo, lleno, incluso de toca cojones. Esos medran y son portavoces de otras clases de mundos
No hay comentarios:
Publicar un comentario