Repito un viaje, como arqueología de lo que soy.
Brota un ligero humo del bosque cercano donde me encuentro de vacaciones. Salimos de la casa, el gato, que nos ha acompañado, el perro que encontramos en el camino, mi mujer y yo. Nos dirigimos a ese punto, de un ligera luz se ha agrandado en estos pocos instantes. Corremos y entre los cuatro conseguimos apagar ese inicio de fuego que, sin embargo, nos ha durado una hora tenerlo controlado
Estaba tan nervioso y agotado, después de haber usado alguna de nuestras mantas y varios cubos de agua, que rellenábamos en un manantial más cercano que la casa, que no hacía caso a las indicaciones del gato que se dirigía a una pequeña cueva al lado del inicio del fuego. Mi mujer, pese al esfuerzo, siempre está más receptiva a las indicaciones de Leandro. Este husmea y nuestro nueva compañera Daisy parece querer excavar para agrandar el agujero.
Me hago el remolón pero me paro cuando el gato me trae un papel. Es una carta, antigua. La letra es juvenil y debo hacer un gran esfuerzo para entender todo lo que pone, pues en gran medida está borrado su contenido.
Dorothy me dice, a lo lejos, que me la ha dado, porque pone querido José Antonio, al inicio de la carta. Desde luego, puede ser porque llevó muchos años viniendo aquí, primero con mi familia y luego con las mujeres de mis dos matrimonios que he tenido. Desde hace años, ya, las hijas no nos acompañan.
Voy a la firma, si es ella Virtudes. Aunque intento leer los ojos se me nublan y como en una pantalla se iluminan los momentos de hace muchos años. Yo era muy pequeño, o al menos me lo parece, tanto como ella y nos gustaba acompañarnos la una al otro y viceversa hasta ver quien se rendía, que solía coincidir con una voz de mi madre o un ¡hala, ya está bien, José Antonio, hasta mañana! de Mariano, el padre de ella. Lo decía de tal manera que alguna vez, estuve tentado de darle un beso a él de despedida. A Virtudes, en aquellas presencias, ni se nos ocurría, nos hubiera parecido raro. Sólo es que nos necesitábamos.
Nos contábamos todo, como era nuestra vida en la misma ciudad, que sin embargo nos parecía un universo en el cual era difícil coincidir, luego durante el invierno. Donde estudiamos, aunque yo siempre le hablaba de fútbol es como si fuera una cosa extraña coger libros. Nuestros campos de fútbol, eran tan grandes como el respiradero de un garage individual, como portería y cinco metros para cada uno de los lados y el frente. También le decía que, muchas veces, porque entonces no había coches, jugábamos en "la calle muerta". A ella la confesé que durante los primeros días, que recuerde, siempre esperaba la aparición de una. Me acercaba al lugar de juego, con mucho sígilo y dispuesto a salir corriendo ante el primer atisbo de un ataúd que creía aparecería en una procesión de nuestros padres, que más jóvenes que nosotros ahora, creíamos que eran muy, muy viejos.
Le cuento que cuando pasamos a jugar en el club de la Parroquia de San Pedro aquello nos pareció ir a la luna.
Ella, Virtudes, siempre tenía mucha paciencia para escuchar todas mis fabulaciones acerca mi amigo que siempre lo podía todo, en el fútbol. Me contaba como eran sus juegos, en aquel barrio en el medio de la ciudad, donde por los jardines ideaban, mil y una aventura.
Tenía un grupo de amigas increíbles. Habían conseguido saber un buen número de canciones y ellas, mucho antes que yo, descubrieron que les gustaba mucho bailar. A mi, porque parecía que aquello no nos correspondía a los chicos, lo estuve negando hasta muy tarde. Luego ha habido días que me han faltado horas para bailar, porque fuerzas, por lo que fuera, parece que me salían de lo más profundo de mí una energía en la que me sumergía para ir adquiriendo una coordinación que me ha gustado exhibir muchas veces.
Me habló de una tal Julia, con el don de estar en dos sitios a la vez, tal era su compromiso y una sensibilidad que las envolvía cuando se contaban historias.. De Carmen, me cuenta que tiene unas cualidades físicas increíbles, que no para de pasar obstáculos, ni de saltar las alturas más inesperadas.
Recuerda a alguna más y en su carta, habla que conoció la historia de las 13 rosas. Algunos nombres coinciden. Su madre, en sigilo, aún estando en casa las dos solas, y tras haberla pedido que no salga de ellas dos, le cuenta que vivió muy cerca de muchas de ellas y que las acompañó en sus días finales. Cuenta que aquellos días, ya era Julio del 39 y después de haber acabado la guerra civil que sucedió al golpe de estado de unos generales rebeldes y traidores a una democracia, apoyados por ricos y otras instituciones que no querían perder sus privilegios que decían les eran concedidos como eternos y sólo era de puro egoismo. Conocíó que había habido un atentado a unos de los nuevos mandos de esa dictadura que nació de esa rebelión y que la forma de actuar de ese nuevo gobierno, que había sido la que había ido imponiendo cuando tomaban una nueva ciudad o pueblo, era crear un terror con apariencia de ser impartido por una justicia tomada por ellos.
Tal día como hoy, asesinaron a aquellas trece jóvenes y a la vez, me aparece la carta de Virtudes, donde me recuerda todo eso. En los últimos párrafos me pone que ya, en sus 16 años, que es cuando me escribió esta carta que estoy leyendo, se había dado cuenta que me amaba.
Recuerdo que fue una época en la que por una enfermedad de mi madre, no volvimos a aquel lugar. Puede que alguien la metiera en un espacio teníamos cerca de la casa y allí, el tiempo le hubiera ido echando arena. En ese espacio o en los parque cercanos caí, yo también durante mucho tiempo; me tumbaba y me volvía a la cabeza esos veranos de juegos, frutos y vernos cada año distintos, cada nuevo año notaba como vibraba mi cuerpo cuando, al principio nos rozábamos y luego, ya, aquel terrible último año, los besos y las manos nos ayudaban a conocernos.
Virtudes, termina escribiendo que la tinta con la que escribe espera que sean las ramas con las que nos rodeamos para amarnos en un futuo próximo.
Me habla de aquellas chicas, que nunca las perderá en la memoria, como, de otra manera, tampoco a mí.
Mis ojos, están vueltos hacía aquel momento; Virtudes me acompaña este descubrimiento con gotas de besos que se quedaron prendidas en la tinta con la que me escribió.
Su recuerdo es tan vivo, hoy que creo recorrer cada punto de sus labios carnosos y juveniles. Ella me abrió también el amor y el respeto por quienes soñaron un mundo mejor.
Las Trece Rosas tienen las raices tan profundas en el amor por una sociedad mejor, que aunque de forma cotidiana, manantiales de ponzoñas tratan de eliminar su recuerdo; son estas aguas pútridas, las que se marchan por los vertederos de lo inservible
Mi mujer, según he ido leyendo y recorriendo espacios, me ha besado el cuello y me arrullado la oreja; se daba cuenta de lo que fuí en aquellos instantes de felices y los ha bañado con su boca en el tesoro de agua turquesa que alberga en sus pozas. Si existe entrega mutúa nos bañamos arrullados en el otro.