Buscando la canción de Bob, no podría imaginarme que salieran los siete enanitos; sobre todo, porque en el autobús que tomé ayer para llegar al Instituto, se subió uno de los cerditos que había visto destruida su casa porque una ola de calor, había decidido convertirse en un viento huracanado y la cresta había decidido llevar la casa de nuestro gorrinito a un lugar de montaña. Claro eso se lo dices a alguien que habita con los jabalies y te dice pues muy bien, son casi primos hermanos, con lo cual con una época de adaptación, seguro que estarán muertos de risa en tres semanas. El problema es que nuestro cerdito es hawaiano y que lo que más le apetece cuando el lebeche aumenta es salir con la tabla de windsurfing y pegar tres brincos fuertes y girar la vela con seis trasluchadas que ya lo quisiera para sí el cañón que por lento no derribo a aquel patán que luego nos esclavizo por una serie de años.
Las trasluchadas en las tablas bien, pero en las embarcaciones, en cuanto hubieras dejado de salir durante una época te pegaba unas sorpresas que más de una vez te había pinchado en el profundo pozo del valle de la ola con lo cual el mascarón de proa había parecido querer abrirse como un tulipan saciado del agua de la primavera.
Nuestro agradable elemento de la ganadería porcina, había sido darse cuenta de la situación y se presentó en mi casa. Pues la forma más rápida de llegar otra vez a la playa, desde aquel lugar con caídas tan abruptas, era la piragua.
Hablamos, negociamos durante poco tiempo porque a las ganas de él por llegar al lugar donde la palmera, dijo a la palmerita, que el que coco para el que se había subido debía bajar pero sin estruendo, se unía mi ansia por saber si todo el aprendizaje que hice durante años se había ido al garete, por mi inactividad y mi desidia y falta de coraje para analizar los videos que me habían provocado aquel grave accidente.
Nos pusimos enseguida en marcha. Al poco tiempo, fue uno de los enanitos el que se nos unía de forma inmediata. Andaba cerca de la orilla, modelando un kayak, con una maestría que jamás había presenciado; esperamos un día, le incluyó los últimos matices de comodidad y allí mismo nos hizo una exhibición. La piragua respondía a todo, deslizamiento, comodidad, capacidad de giro para entrar en las variadas contracorrientes donde nos iríamos introduciendo, bien fuera por enormes piedras, bien por pequeños giros que ofrecían una encalmada tan nimia como necesaria en algunos momentos.
La verdad que con esta incorporación a la expedición cumplíamos con los cánones de seguridad que se exige al bajar un río de alta montaña. Al menos, tres personas. Pronto, nuestro nuevo compañero nos demostró que haber estado con Blancanieves durante una larga época le había servido para conocer todas las variantes que podían surgir en las aguas bravas, un rebufo, un sifón, un árbol caído el día anterior que cambiaba la forma de actuar del agua con respecto a las corrientes y las fuerzas. A ella, le había costado mucho llegar a tener aquel nivel. Sólo cuando viajo a Sefti Famma, para bajar el río Ourika junto con nuestra Cinderella fue cuando el grado de perfeccionamiento le sirvió de seguro para poder actuar con esa elegancia y sobriedad con la que normalmente actuaba. Ellas dos, llegaron a quitar el zapato de cristal a otro de los enanitos, pensando que no era el gruñón, pero vaya tarde de bronca que las otorgó a las dos.
¡Qué no se podía estar siempre de broma! ¡Qué como se les había ocurrido quitar el tapón del kayak, en la embarcación de plástico! ¡Qué si no se habían dado cuenta que le había empezado a succionar el vacío producido en la parte de atrás. En fin, un lio, grande.
Las hermanastras de Cinderella, se habían quedado en una isla, que se produjo cuando se produjo una gran avenida de agua, en aquel maravilloso río. Durante dos días no pudieron socorrerlas, y no pararon de gritar. Cinderella, que cuando fue con su embarcación y sus cuerdas de seguridad, nos la vio, siempre pensó que se podía haber hecho de otra manera. Ella abandono aquella práctica.
Es tan frágil el cristal sobre el que edificamos nuestras seguridades