martes, junio 10, 2025

Ni idea como pudo llegar

  Rosa que reluce mucho estos días, comienza a estar mustia. Tía Luci le ha hablado de un tesoro en tal o cual terreno. Nada claro, piensa ella. Si al menos dijera si hay un olmo, un nogal o una carrasca, como referencia. Pero es que a la tía le da por ahí y te suelta las cosas cosas que te crea una incertidumbre con la que caminas acuestas por semanas. 

  Rosa es muy ancestral como las costumbres y puesta a elegir, porque que va a hacer si tiene la perspectiva de llegar a una isla, pues elige la carrasca, que está a veinticinco pasos del olmo, no me miren, nada que ver, y a los mismos del nogal pero con la terrible diferencia que para llegar a este existe un acantilado que utiliza el águila Mercé para cantar por soleares cuando a Martín, el topillo, que ya ves tú, no él, que si que siente las vibraciones de Jose.

   Cuando se acerca a la carrasca por toda la orilla, con sus pantalones remangados y sus calcetines anti zarzas, ella especula acerca de la cuantía del tesoro y cual será su validez ahora. 

   Cuenta los pasos con precisión absoluta. Los del nogal, con miedo. Siempre ha pensado que una buena hostia en este tiempo, no te da sino que te quita, más que nada la vida y, la perspectiva es un lío; la sobrina que está en Yale o en la cárcel que ahora allí, todo va en un tobogán. Lo mismo está atrapada en las criptomonedas y esto ni le interesa. La llamó la última semana y se puso con el tengo, tengo, tengo y tú no tienes nada y eso, por mucho que quiera a su sobrina Julia, pronunciese Yulia, dice la petulante Julia, que es como le puso su madre, mi hermana y Daniel, mi amante, que de raza le viene el galgo.

   Bueno y por aquí, también, al podenco que se le ha remirado mucho y si, no es galgo, por mucho que le lleven a las apuestas, aunque sean del Sol. Has visto a Daniel, pues nada que es la viva imagen de su padre. Y mira que ni este es rubio, ni tiene la nariz aguileña, ni un lunar en la parte delantera del cuello, como Juanitillo, el alemán. Al padre le llamaban Mateo el apaleado, muy centrado en sus viñas y sus ovejas pero fuera de onda con Marina, la que primero supo del tesoro porque fue ella quien lo amasó cuando estuvo una época sirviendo en el castillo del conde y ocupándose de sus ansias para tenerle cegado y burlarle oro y una noche la vida, que Marina era mucha Marina.

  Pues no estuvo durante dos meses, encerrada en la habitación que había sido de Suspiro, el conde, suplantando su voz y no su cuerpo que lo incineró en la noche autos, en la enorme chimenea; no fuera a ser que algún capricho le despertara de su agotamiento tras tres embates seguidos.

   En esos meses, fue sacando oro que le acercaba un lacayo, en connivencia y cama y lo introducía por una cuadro falso que lo mismo había pintado algún Leonardo, pero desde luego, no Da Vinci. El mecanismo de apertura, cuando fue accionado un día en el que el Conde perdió los estribos y luego el sentido por un prodigio sexual que aplicó ella, estudiado en el Kamasutra, le sentó muy mal que se hubiera descubierto e intentó desviar la atención de Marina cuando él se recompuso, ya era tarde y de la chimenea, salió humo blanco y olor a incienso para su proclamación que trabajo durante los dos meses, hasta que se incendio el castillo y el tesoro ya estaba a buen resguardo, incluso de esa Rosa que tiene que tomar una decisión inmediata cuando Hans se acerca a ella como una abeja a una exuberante flor.

   La historia se repite en los vástagos, pero está vez sin humos

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