Quitando paja del pesebre. Estoy de polvo hasta los tuétanos.
Menos mal que Califato me recuerda que Juanita no va a bailar conmigo. No aprendí el tango y eso me encerró en el chachacha, nada que ver, aunque seguir a Diosa me llevó a un cielo y la culpa no fue mía, decía aquel.
La cosecha ha sido buena, sólo tienes que asomarte al balcón para ver la cantidad de agua que ha caído estos dos últimos meses. Mucho, pero no lo sabía por el pluviómetro que siempre me decían: no te das cuenta que por este lado, las nubes no las ves venir por la pared y encima, echas el toldo, tiene narices.
Así que era Peque el que me informaba de la cantidad de agua que había caído cada uno de los días; yo hacía mis ejercicios en el balcón y el marchaba al trabajo. Horas después yo le sustituiría,
El tractor había estado tres mañanas trabajando. Los años anteriores, sólo era un día. Las tardes siempre las dedicaba a edificar un puzzle con piezas vegetales; la figura sería un ser mitológico. Las hormigas, mastuerzos y pájaros carpinteros, cabía la posibilidad que fueran sus comensales. Sería como la última cena, pero ahora, puesto en mesa. Es lo que tiene, te ponen en una gran estatua y todo él, es más fácil para los bichos no tienes pérdida.
Concha, que llegó de Canarias, primero embarcó en un bote, hasta la salida de la bahía; allí, cogió un velero y el capitán mandó izar la chalupa con ella abordo; apunto estuvo de salir por estribor,
Ella fue la que propuso aquel akelarre alimenticio; las migajas, las fueron recogiendo para recuerdo que fueron vendiendo a las constructoras como escapularios a exhibir, pagadas a precio de grandes comisiones. Es lo que tiene tanta adoración y tanto descaro.
Remedios había para que no se repitieran aquella orgía pero llegaba Trueno, rapeaba y volvían todas las piezas vegetales a tomar sus exuberancias, como si nadie tuviera en cuenta como el sol excita a los puerros, berenjenas y cebollas para tener otro momento de recrecimiento, así es la adolescencia, también de las plantas. siempre exaltada y dispuesta al recrecimiento. Nada que ver cuando ya el perejil no da más de sí.
A mi, Pepe, el del restaurante, que se dediqué a cuchichear cada una de las cosas que suceden, me molesta, porque tres o treinta veces, puede valer, pero a las siguiente, la madre empieza a oír, por aquí; luego su nieto que parece que está con la play, se queda con la copla y lo casca y ya lo de la prensa, no parece tan sano, sobre todo si la mala baba, llena otro océano y ahí, ya no sabes si en este, puedes o navegar o ahogarte.
La madre se agobia porque por estos lares, las tormentas pueden ser perfectas y tragarte, con la idea de renace o mandar a sembrar lechuginos que todo es una derivada sin resolución
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