lunes, junio 16, 2025

Aspirar letras. Wild is the wind

 Escribí unas palabras de amor para Lucía y se quedaron sobre la mesa, al lado de unas flores que lloraban  porque no habían sido aceptadas por aquella mujer que no quería abrir ningún hueco al tiempo pasado.       

En aquella playa Luis andaba todas las mañanas, alrededor de 10 kilómetros, en su recorrido pasaba por una cala de un acceso arriesgado por lo empinado y por sus piedras cortantes. Cae unas letras crudas, terrenales, inflexibles, poderosas; ella huye y el viento lleva salvaje la desesperanza del andante.

 Ahora, en el nacimiento, siempre las grandes empresas celosas de sus ganancias actúan con todos los sonidos. Nadie debe hablar de ellas, mientras risueñas pagan a las debilidades humanas, que, a la vez, saben pueden ser destruidas por el viento que mece las voces registradas.

  Engreimiento ante lo eterno; la capacidad destructiva de quien aspira a ser dios, sopla la hoja que se vanagloria de su belleza primaveral, pero se desprenderá de su rama y caerá con más o menos estrépito para ser pisada por las huellas que se desvanecen en las tormentas.

  Banda sonora para un golpe de Estado. Ahora, las prisas de empresas que riegan, impunes, las ansias de jueces en Madrid, de policías en periódicos agradecidos, de amores salvajes que son sanados en áticos, con vistas a los detritus de perros falderos.

  Entonces, en los sesenta para Estados, Bélgica y Estados Unidos eliminar a Patrice Lumumba que aspiraba que su país, Congo, pudiera disponer de sus riquezas para sus ciudadanos. 

   Patios de mi ciudad, parcelas donde transcurren plácidos días, embelesados en el glamour de una vida sin los grandes aspavientos del terror. 

   Nadie reconoció la valentía de quien sólo pedía que los recursos suyos, les llegarán a ellos, sus ciudadanos congoleños; ya hace 64 años.

   Hoy Traoré quiere lo mismo, protegiéndose de alguno de los suyos, traidores por ansía o debilidades y de esos Estados extranjeros que se acostumbró a robarles, con el beneplácito de sus ciudadanos, que cuidan un rosal, con el esmero de un cirujano, mientras la savia de sus venas trasplantadas, les hiela el corazón de no ser consciente del dolor ajeno, ensimismados en la belleza de sus jardines.

    Abbey Lincoln y Max Roach protestaron en la ONU, la desvergüenza de los dueños de imperios que asaeteaban esperanzas, cuando ya les había robado los jóvenes, siglos antes. 

    Con el viento de los blues de hoy, crece el fanatismo, financiado por esos Estados y Comunidades para un nuevo fascismo, asalvajado, cruel, mentiroso sin ningun escrúpulo pese a usar a sus dioses como testigos. El fin es el mismo, que los que andan detrás de estas tropelías sigan teniendo el poder, sigan saciando su inagotable codicia que derramará, obtenido su fin, porrazos por parte de servidores, útiles porque reciben sus gotas de satisfacción, ninguna de una felicidad a la que la roban los ritmos de los sonidos de los pulsos del corazón.

   Aquí, en este instante, el anhelo de ser, quizás si una alucinación, sin la necesidad de destrozas la vida de los demás. 

   No, en mi nombre, los asesinatos. Caminar en los pasos de Víctor Egio para visibilizar el sufrimiento de quienes quedan, después de haber sido exterminados 60.000 seres humanos, con sus ilusiones, nacidas en sarmientos que buscan las raíces de sus tierras.

    No esperar otros 64 años, para denunciar el canibalismo violento de quienes tienen las ansias a flor de piel. 

    Mientras escuchar a Louis en la belleza de su música y a Abbey y Max en la plenitud de su compromiso.

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