Le han metido en un cubilete y teme que le lancen de un momento para otro. No está preparado para un lanzamiento violento y se ha puesto un casco, unas rodilleras y quizás, una servilleta para limpiar el sudor si no pudiera evitar que se lo produjera el frio plástico, que es lo que más le molesta, además de no entender porque no lo vuelven a fabricar en madera.
Aquellos tiempos, eran guapos; te ibas al bosque, se quedaba uno mirando y de repente un árbol, se cortaba dos terceras partes, para viajar más ligero y te dejaba allí el resto. La sorpresa era mayúscula, Nadie entiende que una árbol se tenga que quedar siempre plantado en un lugar, pero tampoco que con una ligereza que te hace pensar en su mala copa, cabeza, para entenderse los humanos, que con lo que le sobra comercie para pagarse el viaje.
Durante una época, por el Amazonas, la cosa ha sido más bestia. Allí llegaba el gran padrino y prometía a anacondas, pumas y alguna plantación suelta de marihuana que el brillante que llevaba colgando, les iba a multiplicar lo de lo último; los otros dos elementos, no; menuda jarta de correr se pegaban cuando una anaconda les tocaba el tobillo, mientras el puma le mordía el brazo. Ya le había pasado varias veces, el caso es que con su brazo de madera, llevaba el puma hasta el cuerpo del reptil y ahí, les picaba con el resultado de la liga, sin el VAR y así el podía salir a recoger el cubilete que Tenorio había recogido del cedro que se lo vendió por una promesa de amor y un poco de viento.
Aquel enorme árbol, había permanecido siempre allí, menos dos viajes que había hecho, uno al Orinoco, por relaciones entre iguales y rito ancestral, le dijeron; y otro, al Machu Pichu, que le produjo un mareo del que tarde seis meses y dos semanas, en recuperarse.
Luego ya no quiso viajar más, se ancló en aquel magnífico espacio que era un balcón desde el que ver como iban descendiendo la ladera hasta que algunas ramas hacían cosquillas a quienes pasaban en alguna canoa o en piragua, aunque está siempre con el riesgo que le mordieran los dedos de los pies, algunas pirañas.
Todo cambio cuando Ernesto se asentó allí y le empezó a hablar de árboles que se convertían en pelotas que luego daban otras que se llamaban nueces, riquísimas y con miel, ya la releche aunque el proceso era un tanto laborioso. Le impregnó un poco de la sustancia en las hojas del tercio norte, que parece que son las gustativas y aquello se convirtió en una obsesión para el cedro: qué donde está eso, que si los vientos alisios me dejarán cerca, que que tipo de conversación tiene, ¡ah!, nogal, me dices que se llama nogal; interesantísimo, así que la marcha se hizo muy precipitada.
El corte de las dos terceras partes fue limpio y sin astringentes que luego da mucho olor. La partida súbita ya que el viento se levantó sobre las 3 y 13 de la madrugada y la luna estaba llena a rebosar.
Se cree que partió con un lobo y no sabe nada de ninguno. Se espera que en otoño vuelvan por si les ha crecido el pelo y la madera y da para otro cubilete
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