Acantilados

 Caer por un tobogán puede ser un poco menos traumático que pegarte un vuelo desde un acantilado.

  El asunto es situarte en su borde, aprender de quienes te han ayudado y lanzarte a la creación para intentar comprender toda la teoría que hay detrás y todos los mundos que te poseen.

  Cuando empiezas el movimiento; ahí, al lado, seguro en ese límite, le ves con una sonrisa sardónica, pero que más da, si eres tú, quien debes descubrirte y crearte una barandilla para andar por una senda que sobrevuele todos los abismos que te irán surgiendo.

   Por ahí se te ofrece la música, bella como un Me y aquella Bobby MacGee a la que seducir; si no hay un hotel Chelsea, si unos lugares por el que deambular para conocerse y mixtarse.

  Churro Pérez pensó que todo sería más fácil, si a cambio se ofrecía en su propio tiempo pero era tal el cúmulo de vacíos que se agolpaban a la puerta que fue abrirla y arremolinarse todas, que aún desnudas, su  carcasa impedía el más mínimo de los entendimientos.

   Se sucedían tiempos y en uno se pegó un golpe en la nariz y perdió el compás.

  El más rastrero miró los pentagramas y lo unían con las escalas y creías que era el espíritu santo, lo mirabas por un lado y otro y pensabas que este no embaraza a Julie por mucha lascivia que esta provoque. El caso es que en este caso si,  las dos se fundían para que puedas surfear la primera de las barreras en las que te has golpeado una y otra vez.

    Mira por detrás, te dicen; ¡Uy! A ver si te quieren pillar como sádico. No hombre, no la última nota te suele dar la clave.

   Suspiro y chupito

 Nombran acordes y ya te mosqueas, aún más, pero ya en mitad de la senda cualquiera pega un salto sobre ella y te giras en 180 grados; caes y ¿qué? Pues todo problemas. 

    Así que para adelante, y decides que todas las canciones a las que te enfrentas, y nunca mejor dicho, las veas con esos prismáticos y lo mismo desde Moher, apareces en una canción en la que mezas un nuevo encuentro