Cuando se acerca el anochecer, los últimos rayos crea una visión del roble única. Lo baña en oro y sus ramas se alzan como brazos para señalar su entusiasmo.
Ese tiempo se pasa pero si savia se derrama como la saliva de un beso de buenas noches.
Has corrido por otro sitio, con otro ritmo y llegas al ocaso de esa luz, que quiere masajear los doloridos músculos que ya olvidaron los ajetreos de antes.
Por la plaza, ya existe otro mundo el que estás modelando desde hace años, por mucho que las terrazas las llenen los mismos clientes y las moto se arremolinen soñando inclinaciones imposibles.
Carreteras que se llenaron de memoriales, cuando los límites arrastraban cuerpos para ser devorados
No hay comentarios:
Publicar un comentario