Cuando empiezas a tocar las llaves del saxofón, piensas que existe un camino que recorrer pero lo no te esperas es que todo ese recorrido será salpicado de abismos de infinita regeneración que superar en cada día como me recuerda el profe los miércoles. La música de Pearl Jam puede ser un respirar belleza pero necesita que se respeten sus claves, lo demás sería mediocridad.
Algunos sábados, Max Pradera viste por unos minutos la indigencia del soberbio que tanto tiene que aprender.
Me gustaría ser una canción en la radio en la que tú pudieras aparecer, canta Eddie. Para que tener la razón si se puede aprender de tantos errores.
No me dejaron dar aquel esperado discurso. Había ganado un premio inesperado, después de 20 años de intentos, más o menos, intensos. Si no se vuelve sobre el texto que se escribe para corregirlo y mejorar su redacción, quizás no lo sea tanto.
Había decidido quedarme en mi espacio, en mi tierra, el retórico diría en la amada patria, cumplía con mis impuestos, contemplaba lo que pagaba, sabía lo que otras personas no podían pagar debido a sus precarias condiciones laborales, empeoradas por la venganza de algún canalla; aún a pesar de la edad, me rebelaba contra el entreguismo de un socialismo hacía las grandes empresas que coartan la correcta ejecución del derecho a la vivienda que estaba en la tan nombrada Constitución, a la que tanto emputecían quienes la ponían como Sagrada, cuando en realidad la arrastraban al utilizar una policía "nada" patriótica, sino traidora y saboteadora para atacar a personas que ofrecían otra posible concepción de como desarrollar la convivencia en una sociedad.
Mandé ese discurso y le dieron muerte; apareció por allí, un sumiso ganador de un mundial de motos que había preferido que los impuestos a sus grandes ganancias actuales la haría en otro país, porque podría contar con más efectivo para él. Era recibido con oropeles y comparsas, Segrelles, por ejemplo, al que lo tocaría un meritorio, con obligación de hacerlo de la mejor manera posible,
Impuesta la medalla, hablaría de lo emocionante y orgulloso que es ser madrileño y ser consecuente con su actual gobierno, guardar sus dineros para sus asuntos personales, empobrecer las condiciones de vida de las personas que necesitan la sanidad y que no se la da una mutua que a él, porque le protege de sus grandes riesgos asumidos.
Un guerrero mercenario, como nos explica Nieves, que lo fue también, un Cid, a quienes controlan el relato les colocan en un pedestal, en la sala de los horrores de quienes gobiernan desde su privilegiada libertad y, en contraste, con un control férreo de la información que les llega a quienes tienen como horizonte su trabajo precario y su "cara al sol" en los halos que se provocan entre trucos y robos, sin ningún trato.
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