Cojo la piragua, no me expulsa, me sujetan los muchos años; me afianzo por las muchas caídas, comprendidas. Canto las excelencias de un agua, ahora no salvaje.
Desciendo un río sin patria; le pertenezco, entre sus aguas, allí flamean mis ropas, mis himnos son los rulos, los sifones que proclaman, pero a mí me avisa de entregarme a ellos.
Descubro una lectura de un texto homenaje a PJ, a Ulysses, a las aguas del Liffey, lo han encontrado mentes inquietas, ¡qué dure!; aquella época de un silencio machacante, aquel encierro rodeado de una naturaleza que no tenía que absorbe humos.
Monté en los recuerdos y ellos salían vitales, arrolladores sin un orden, podía ser un rulo de aquella noche, podía ser el momento de calma de las aguas en la que te quedabas oyendo los capítulos de Ulysses en los que el acento no era irish, italiano, japoneses, norteamericanos y si, el acento del español que asustaba a Leopoldo, a Molly, incluso a los riñones que botaban antes de ser comidos.
No se tiene conciencia de todo lo que se ha ido posando en los fondos de los cauces. Las aguas del tiempo te posan en el hoy y en lo más hondo el limo se va arrastrando para un día, ahogarse en la poza de la propia desaparición; mientras despacio sin prisa, como si no quisiera ver el envejecimiento de quien es "aguas que no vuelve". se va posando en una piedra en la que chocas un día como aquellos y entonces, lo escribes, lo lees, lo grabas y un día, te delata. En otra circunstancia, cuando en estos tiempos de desequilibrios climáticos, hace que las aguas lleguen a donde en aquel instante fue una excepción, llegas al límite marcado en la alta piedra que te lleva a aquellos tiempos de hace 50 años, donde convivías mostrando todas las pulsiones de una adolescencia, a veces, con fuegos artificiales.
La naturaleza es otra cosa, respira y cuando parece que puedes ser ahogado por los ritmos de hoy, te devuelve el oxígeno de las letras que salieron y a las que no quieres volver; pero sabes que debieras porque estas, muchas veces, necesitan aliviarse de los numerosos ornamentos que te impiden la navegación y si, parece que quisieran que fueran ancla, como aquella cámara que se posó entre piedras, para que aquel día la imagen del río fuera sólo aire que no se retiene.
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