Puedes agachar la cabeza, quedarte mirando al cuadro, que sigue girado, a las bridas que no has puesto, a la cuerda que no sustituye a la otra que se deshilacha, hasta llevar avisando una próxima hecatombe.
Miras el suelo que no te pusieron, pensando que tu harías arenas movedizas. La máquina de vapor se apaga porque calculabas que aún puedes ahorrar hasta quedarte congelado, momento en el que podrías ser exhibido como un estadio anterior al ser pensante. Dejas un hueco en el bolsillo del pantalón, para que te echen alguna monedilla, postrera satisfacción, pesetero para la posterioridad,
Te adormece el abandono de lo que protege; golpea la música que entra por las puertas abiertas; son los vientos de agitación de quienes se expresan por el baloncesto. Canastas de un barrio sin fronteras. Te adentras, evitarás el bar, la ultima vez, el café tomó la forma de tesoro; quizás lo merecía, no, sólo querías escribir cosas que se deshacen en el agua del tiempo, también quería pagar por ser snob, una buena somanta de realidad. El camarero se quedó tan pancho, como diciendo, la próxima vez, lo miras, pero no lo toques.
Jake al tenor; no recuerdo las veces que me he desvanecido con su entrada en "drive all night"; en el patio, antes de entrar en los mundos que me ofrece el CCCB, miró los cristales. son espejos, los enfrentó en los mil caminos emprendidos por épocas. Salen deformaciones cuando los quiero volver a darles líneas de vida. Esta chica de rubia de hoy, no es la chica de ayer. Ni aquellas relaciones pueden tener los sabores de hoy.
Realzan sus coreografías, jóvenes sin acceso a escenarios de pagos o a lugares ocupados, quieren la libertad de las calles, plazas. Riegan el espacio de líneas que salen de sus cuerpos en luces que trazan imágenes de encuentros con la belleza.
Una última mirada de 360 grados, discreta, se sienta en el círculo de encuentros de jóvenes que tienen sus asientos para levitar la ciudad. Después de eso, por la rampa desciendes para ser engullido por las entrañas de un espacio que se hace las 5 preguntas que deben describir un hecho.
Ayer, fue Salman Rushdie, que vive para seguir contando. Da luz, quita la negra capa que echan encima de sus seguidores las diferentes religiones, con las manos del humor y reconoce la necesidad de ayuda, que como humano, porque no sabe como reaccionaría ante quien se puso esa ropa cegadora para asesinarle.
Una paradoja, ser engullido por un espacio para que la mente destrocé los muros de las cárceles en las que nos encerramos en una ficticia tranquilidad, que las violencias aceleran nuestros tiempos que creíamos en seguros cimientos, para repetir actos. No, no es una opción dejar de salir con los millones de otros, porque necesitamos sus fuerzas; deshacer la indiferencia de mirar sin vernos, en lo que quedamos postrados. Volvemos a la plaza, nos devuelven nuestras deformidades para aceptarnos y caminar.
Y además, entre esas entrevistas, brotan las músicas, las voces con sus largos abrazos, para hacernos sentir que si, podemos, con demasiadas pérdidas, pero podemos
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