Lo repitió varias veces y a John le hacía gracia; no sé Rick, si el primer barco había partido, sin él; el segundo, tercero, cuarto y quinto los había dejado marchar sin que él se hubiera embarcado; y la palabra dejar, era justa, porque ya en el quinto, me aposté en el bar del puerto y vi, como él se volvía, cuando ya estaba en la pasarela; la conclusión que me crecía es que no quería irse. Marco lo había hecho y fue celebrado, con una canción.
Él no quería canción, ni mono Amedio y bueno si mama se había ido, era su vida. Duro, pero ver tanta agua le producía escalofríos.
Se ha avivado el fuego. Tres o cuatro de los chicos del barrio están por allí y no se apañan a apagarlo. Aparece él, quien se enfrenta a los chicos malos del barrio; a veces con éxito, otras, metiéndose en líos que siempre paraliza a algunos y de los que le sacan manos hermanas. El pequeño incendio que había cobrado vida por la ineficacia de sus tres amigos, empieza a empequeñecerse hasta quedarse en unos rescoldos y terminar desapareciendo.
Hubo muchos días así; no era un barrio de las tan vendidas meritocracias; el grupo se fue colocando por multiples factores.
Él, quien solucionaba problemas, que era amigo de quien no tenía habilidad para el fútbol, ni para jugar a los cromos, ni a las bolas. Él, un día como hoy, se nos fue hace muchos, muchos años; cuando había empezado a abrirse las puertas en el mundo del que era un mago; el fútbol.
El saxofón que busca reconocer los sonidos, explora entre las llaves del corazón y las entrañas, sacar la música del desgarro de su ausencia y del amor por la vida, hasta que todo esto dure porque su vitalidad y fuerza es la marmita en la que seguimos bebiendo.
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