Isabelle llegó al norte del país tres meses antes que la gran guerra se produjera; ella notó que había mujeres que de un día a otro desaparecían, pensó que podía vivir la misma situación que ella.
Había salido hacía tres años desde su aldea, siguiendo el rastro de las lágrimas de su hijo que había ido esparciendo, primero por los latigazos que había recibido de aquel blanco que repartía sonrisas desde sus llegadas. Con el tiempo descubriendo que aquellas grandes simulaciones, eran tan fuertes como los golpes que impartía con violencia.
Ella luego, vio el lugar donde reposó durante unos meses; si reposar era servir a un gran maderero durante 15 horas al día. Debió ser tanta su sumisión que aquel canalla lo metió en un camión que llevaba por frontal una gran madera, de lo que debía ser su país. Concluyó, cuando le explicaron estos hechos, que igual que el brujo que magnificaba nuestra tribu, a la vez que iba acumulando dádivas que le permitieron irse a vivir en un lugar al que ya no le teníamos "tan a mano"; aquel negrero decía amar su bandera, pero sus ganancias tenían impregnadas la sangre y el sudor de jóvenes como mi hijo, Hwanonoki, el viento te llevará a los sueños.
Desde allí, habiéndose acostado sobre un placer inmenso y mutuo con un joven que se impregnó de su sexo en cada una de sus neuronas y habiendo sido poseído su cuerpo, por quienes tenían poder, riqueza para su orgasmo, sin la otra persona; ella decidió, conseguida la licencia, por esos pagos ajenos a su mente, que el abrasador desierto, también le guiaría hacía su hijo.
Reflexionaba sobre aquel tiempo, en esos primeros días, a la vez que le llegaban noticias de las apariciones de mujeres asesinadas. El viaje de ellas había sido más corto y horrendo. A los brazos de energúmenos que no podían sentir a la otra y las descuartizaban a ellas; ellos a la vez que se sumergían en la brutalidad, en la que sólo podían vivir no como animales, que era un estadio superior al que ellos llegaban.
Se empotró en las arenas del desierto, para buscar alivio a las quemazones en el medio metro en el que se dejaba engullir; luego por la noche seguía una estrella, con el nombre de su hijo.
De allí salió en una caravana de bereberes; con Amin se casó hasta haber hecho la travesía de aquel inhumano lugar. Ambos sabían que el compromiso, la fiesta y el final duraba ese tiempo y por tanto compartieron el goce de sus mentes, con ese artificio que les permitía saltar algunas de las leyes impuestas por quienes no las cumplían.
Habían pasado dos años y medio y cuando pudo refugiarse en el cariño de su hijo. Unos salvajes dijeron que emprendían una guerra, pero ella sólo veía golpes y más golpes y en los estertores quienes eran golpeados levantaban los brazos, lanzaban maldiciones y muerte; acciones suficientes para que los primeros expandieran sus odios en bombas y razias hasta sobre los verdes prados que ya tenían la sangre de los muertos que iban derramando con los racimos de su villanía e inhumanidad.
Aquellos días previos al genocidio, vio que las cabezas iban embistiendo guiadas por psicópatas que como decían en "El Juicio", película sobre los crímenes juzgados en la represión argentina; hablaban de grandeza y orden y sólo son unos vulgares, y por desgracia, armados hasta los dientes, ladrones
No hay comentarios:
Publicar un comentario