Cuando llega al sofá, cansado, recibe este con los dos brazos. Ha dejado la televisión encendida y este mueble se ha fanatizado.
No se ha movido, no ha sacado el cabecero a la calle con lo cual, lo que existe es lo que oye. El hombre está fuera la mayor parte del día. Cuando llega y siente el primer abrazo, se relaja, adormece.
Le pone la mano en la nuca, la opresión cede; cree percibir el advenimiento de una paz interior.
De repente la mano parece hablar; hola,
Nunca debiera pasar que los malos pudieran tocar el poder. Le recuerda como en las películas del Oeste de hace muchos años, se sabía muy bien quienes eran los malos. Sus caballos eran más lentos, y el valiente vaquero movilizaba una sociedad armada y terminaban teniendo éxito.
Los malditos, insiste, quieren su propio beneficio; sería terrible que toda una gran sociedad, como, para mí esta habitación-universo y para tí, la gran nación española, cayera en manos de esas bestias humanas.
Se adormece el humano; su trabajo le oprime, repetir el gesto por horas, le hace abandonarse. El sofá le da un comfort, pero, cuando va a desconectar, a duras penas, le llega un último pensamiento-grito:
"déjame en paz", quiero ser yo
Se duerme, queda vacío, todo se recoloca; nada existe, quizás busca la mano del amigo que se escapó, sin que se le pudiera retener.
Si se despierta, a la vez que viene un pensamiento, aprieta los ojos porque sólo quiere el vacio. Se va, dormir.
Todo se relaja, el asiento se ha quedado sólo, sus brazos caídos; su cabecero se vacía de palabras. No se han fijado en él ni una sola ´de ellas, ni idea; todas se habían lanzado como brochazos y como tales, no tiene ningun sentido.
La cama es el universo, también la barca de un tal Ulyses en la que navega realidades ajenas a las seguridades que le daba el canapé. Aseveraba este que todo lo lejano es generar dolor. Te giras, ves a Mertxe y la vez, abriendo las puertas a los jubilados, a los sin casa, a los trabajadores esclavos.
Te desvelas quitando un bloque de hormigón hecho con los pensamientos que te arrojan. Coges el sillón, sabes que ha llegado el momento de llevarle al tapicero para que le arranque tanta decrepitud y ceguera desplomada en esa habitación para la oscuridad
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