Sitúo en lo alto de la montaña; por momentos pienso que el aire que circula libre ayudará a producir los sonidos. En realidad, el ambiente es frío y lo único que saldrá del saxofón será la música que sea capaz de producir con la columna de viento que envié por la boquilla, tudel y el movimiento de llaves que haga de una forma, más o menos rítmica. En definitiva, nada será dado en lo que alguien no haya intervenido.
La primera clase fue el 7 de Noviembre del 22 y una semana antes, aunque tenía el saxofón vi que aquello, sin la ayuda de un profesor podía devenir en un quiero y no puedo que produjera algun mal que retrasará más el comienzo.
Ahora a falta de dos semanas para completar un año tocando todos los días y viendo la hermosura de una princesa, como una impostura, pido respiración, busco entre las notas, descubro los tiempos entre los que la navegación te lleva a días de calma y momentos de tormenta perfecta.
En los vientos, sujetar el timón es fundamental, estar bien anclando a los suelos esencial, saber cuando las velas tienen que recogerse como se hacía en el Cantábrico cuando llegaba la galerna, es una de las tareas más esenciales. Podría pasar que la orza derivará la duración de los tiempos en una cadencia incorrecta, que los tejidos se rasgarán y por ahí pasarán silbidos inconvenientes y que al final, cuando el barquero te lleve a tierra, pronuncie la sentencia que te desnude de todos los malos hábitos que ha ido cogiendo el ansia sin cabeza de no construir un buen armazón para el barco y te diga entonces: no te preocupes mañana, cuando comiences con un profesor, seguro que empezarás a aprender. Si eso es duro para el aprendiz de un año de saxofón, para los que iban de monitores a las escuela de Laredo, fue un aviso de lo que pasaría durante un mes, con los sucesivos aprendices de grumetes y marineros.
Volver a las cuadernas, saber que no todo esta en el viento, como diría Dylan, sino en la observación de las estructuras de toda una construcción que llena de musicalidad, no sólo nuestro espacio, sino el que se quiere compartir en las clases y el que suena cuando, muchas veces, te despliegas para alcanzar la luna y todas las estrellas que te pintan emociones y recuerdos por la carretera que recibe los taconeos en los que te embarcas cuando prescindes de los ruidos de la casa y te adentras en lo que descubres a partir de lo que te ha ido haciendo.
Por las mañanas, con sueño y saliendo desde este puerto; sales de la bocana y dejas escapar la driza para siga el curso de la corriente de ese instante, una vez en marcha, ajustas el control de la vela para intentar que este tiempo sea lo más consecuente posible con la fidelidad al espacio al que acudes; pequeñas islas en las que te posas, unas veces con la esperanza que aquella se materializara; otras, para mostrar las bestias que se mimetizan entre nosotros, para dar muestras del poder de sus dentelladas y otras para asomarse a la ventana y ver como por la otra habitación se escapa ella, porque no tuviste el arrojo de visitarla en ese instante que era el único que la redonda te había concedido, en un exceso de generosidad. Ese infinito también para una fusa, hubiera sido el aposento para crear otras melodías. Pero no se coge, lo que se escapó; lo tomas en pequeñas balsas a la deriva, que se fugan con la corriente que las engulle y que no sigues, porque su dirección es ahogarse entre las aguas.
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