Cuando se está lavando los dientes, agacha la cabeza para expulsar parte la pasta que puso en el cepillo y aprovecha para beber un poco de agua, que le mantenga la fluidez a la hora de deslizarlo por dentro de la boca. Le alivia la tensión el meter líquido.
Levanta la cabeza y lo que ve es un ser que se ha levantado como un resorte de la cama; que se ha revuelto en ella; el espejo le devuelve la rabia con la que se agitaba durante las horas de sueño y los momentos de desvelo que le llevaba siempre al mismo lugar.
Antes de volver a cepillar su hermosa dentadura; su dinero le ha costado, primero el alinearlos, luego el darle un repaso de limpieza y por fin el afilarle los colmillos que pidió para darse más seguridad. Se detiene en esto último, quería añadir a la belleza contundencia; sí, podrían desgarrar la más férrea voluntad.
Su mujer espera a que termine, pero le acompañara también esta mañana. Ha aprovechado para calentar el café, tostar un poco de pan y preparar el contundente desayuno que necesitan para una jornada como hoy. Cuando se ha dirigido al baño de matrimonio le ha visto a él; tan tenso como todos este día, que acuden de manera religiosa al encuentro, podríamos decir del señor, pero también de sus demonios.
Ella osó hablarle un día sobre la inconveniencia de escuchar a ese sabelotodo, deslenguado, que la habían dicho que cobraba por sembrar odio y alimentarlo con químicos destructivos a la larga. Fue una mala idea, él reaccionó con una violencia, que sabía no le pertenecía a su esposo; la intuía en quien hablaba de coger un arma cuando se cruzará con quien, decía, eran unas malas personas.
Hoy, intentando bromear con él, le recordaba aquel conocido, calvo, que fue con ellos, en este mismo día, pero tartamudeando les había dicho que iría a ver cine y a comprar unos libros. Su marido le había hecho ver las zarandajas que ponía en muchos de ellos. Su compañero no había sabido contestarle, aunque ella lo obviaba en la conversación de esta mañana, había parecido encontrar una cierta ironía, cuando ya por los túneles de la ciudad, había señalado arriba, para indicar un criadero de ignorancia, que ella quiso entender entonces sería el Jardín Botánico, como si las plantas no devolvieran favores o desgracias por los tratos que recibían.
El marido tenso, contesta y menosprecia a aquel conocido, zanja, no le da el valor de compañero. Termina de agitar el cepillo como si fuera a producir un tornado, escupe con violencia los restos que le hayan podido quedar y se dispone a bajar la cabeza, para beber más agua del grifo; puede pagar ese dispendio de haberlo tenido abierto varios minutos, que les den a los que les falta o les resulta cara. En ese rayo de luz que le llega al iniciar el descenso, le devuelve la imagen de odio el golpe de tal manera que casi le tumba.
Se ha puesto el podcast de ayer, se siente animalizado y sin barreras para acudir al desfile; allí, voceará para expulsar toda esa inquina y mala baba que le va desgranando la voz de las malas entrañas; en su caso, si, es verdad, cree sentir que según van saliendo insultos, consignas, odios, desde lo más bajo de su ser siente que se van limpiando esos lugares y según expulsa los siguientes silbidos, burradas, cafradas, todo su ser se hubiera purificado.
Sabe que cuando, luego, vuelva a su casa, será un hombre nuevo, limpió, de tanto odio que, ahora, intenta escupir, para que el agua se lo amansé y le deje, al menos, viajar al lugar de encuentro con todos esos seres salidos de la misma paridera de un vocero lanzero
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