miércoles, septiembre 20, 2023

Sin tomates

 Te vas el pasado fin de semana viendo la esbeltez de los tomates rosas que han crecido en los últimos momentos del verano.  Parece una tristeza que una semana después no haya madurado ninguno, quiero creer ha sido por el aire más frío de estos días.

  Ver la puerta abierta y darte por pensar que alguien ha pasado a tomar alguno que hubiera exhibido su esbeltez durante la semana, podría ser una realidad pero tampoco vas a avanzar mucho con la agria reacción cuando ves a posibles conocedores o tomadores, ya te equivocaste con reacciones ostentosas no hace mucho. 

   Si es por codicia, hasta que muera su putrefacta conciencia, si es por necesidad, pues te sientes bien, ayudar puede ser bello, aunque alimentar la necesitada avaricia tampoco te acerca al karma, que decía aquel ladrón salvado por sus servidores que habían ido sembrando con paciencia infinita por campos judiciales o de millonarios . 

  Otra cosa es la necesidad del miserable, verse poseyendo lo que otros han trabajado, le eleva hasta el altar de su podredumbre. A cambio luce su indignidad vistiendo trajes de camuflaje que les hacen gente común en un mundo que acertó como divinos políticos jarrones a quienes estuvieron rodeados de corrupción e ignominia.

Cuando sobre la mesa de tu casa van madurando esos tomates crees haber llegado a entender la grandeza de los cuadros realistas pintados por la naturaleza. Si en Van Gogh hueles el heno que se mece sobre tus neuronas empapadas por el sudor de tus carreras y en Degás te sobresaltas sobre las palabras picantes que se lanzan las bailarinas entre ellas, en un descanso; en el cuadro de tu cocina aspiras la carnosa jugosidad de esta Solanum renacida en los estertores de un verano, que en nuestro espacio sue nos escapa demasiado pronto.

  A uno de ellos es al que le he tenido que apartar de un cuchillo; con una de sus protuberancias estaba tomando el mango y se lanzaba con inusitada violencia contra quien le estaba apartando de sus hermanos. 

  Sangraba, dañado por picaduras o aguas que la habían rasgado una piel fina que servía para albergar como diría aquel "la belleza". 

  Manuel Ruiz, muchos años después, aún sangran por el asesinato de su hermano Arturo, a manos de un terrorismo de ultraderecha que nunca debiera ser protegido por un Estado, si es que se quiere llamar, democrático. Como tampoco, los ahora apologetas del fin de una nación, la española, tenían derecho a propiciar terrorismo de Estado para parar un terrorismo criminal que nos desangró durante años.

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