martes, septiembre 26, 2023

Rizos

 Dispuse de rizos durante mi niñez y juventud, tras la mili, hice un intento pero del pelo, creía que me daba mayor poder de seducción si prescindía de aquella enmarañada pelambrera. Todo esto lo dejó escrito él, mi casero, que nunca consiguió seducir el tiempo para que le diera nuevas oportunidades, a menudo fallidas.

 Junto a aquel cuaderno de deseos, dejó un deshilachado cuaderno que por la mugre que había acumulado y por el conjunto de su aspecto, parecía que había conseguido los mismos éxitos sexuales que su dueño.

 Fue un día, un skater, quien, por necesitar un papel duro que no pareciera en el que allí se hubiera podido escribir nada valioso para maquinar ninguna clave ni tan siquiera para entrar en una cueva abandonada, abrió las claves de un crimen cometido unos años antes.

  En una doble tapa, despegada para el anterior propósito, vio los apuntes de unas cuentas que se habían escrito a conciencia.

  El skater dejó su placer porque si fuera era horrendo, por dentro la exquisitez de los trazos eran atrayentes por su pulcritud, por el detalle con la que se había descrito conversaciones muy privadas.

  Estaba él, vamos a llamar el interlocutor, escribiente empedernido, fabulador y extractor de las palabras justas que describieran un hundimiento.

 Contaba como había contactado con los detritus de una sociedad a la que poseían a través de las proclamas lanzadas, las decisiones interesadas de quienes debieran trabajar con la justicia y ejecutores con alma de parcialidad.

  Escribía aquel nigromante cómo era la disposición de aquel tiñoso para expandir cualquier basura. Los dos eran conscientes del dinero que les revestía con una capa de apariencias. Necesitaban un energúmeno, con apariencia de santo; lo habían encontrado a través de líneas blancas, inconfundibles por sus aspiraciones nerviosas.

  No necesitaron convencerle de la iniquidad de sus actos, los asumía y los exhibía.

  Sólo necesitaron, conocer el día, el espacio, que nos lo detallaba con deleite en una meliflua poesía nuestro redactor. Darle las coordenadas al mediador y este cebar al enardecido imbécil. 

  Contaba con la violencia de " el club de la lucha", nuestro redactor, los enaltecedores salivazos que habían arrojado su mastín la víctima que había osado contestarle, la publicadas imágenes, tratadas y trasladadas como una pesadilla a un público equidistante que veía a la víctima de aquel asalto como un participante más de aquel tétrico juego de sandeces.

   Apartada la tapa en su totalidad, cada cifra escrita en ella, fue entendida, según iba avanzando el relato y de firma minuciosa rima letras de actos y cifras de pagos.

   El skater comprendió unas palabras que se habían deslizado por la barandilla de una atención difusa a lo ajeno a sus cabriolas; alguien en la radio había asegurado que los jóvenes le decían que no importaba la política. 

  Aquellos días oía las mismas alabanzas a parecido canalla, travestido en iracundo honrado ciudadano por el tratante de imágenes que había recibido nutrientes de tantos avaros canallas que parecieran nerviosos por recibir sus exterminadores estipendios, antes de que exhalarán sus últimas insignificancias, que por desgracia, hacían heredar y soportar a los de toda la vida

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