Se nos avecina el mañana. Todo alrededor me aleja de lo que será el siguiente día; existen inercias, que como torrentes desbocados te arrastran y en esos momentos, buscas un cabo al que asirte. El tiempo es el único y la consecuencia, el cansancio extremo.
Los años transcurridos, implacables, son las losas que te permiten subirte a ellos para poder empezar a preparar lo que te espera, sin que por medio existan los abismos por los que no encuentres una esperanza.
El río fluye, más o menos sediento; cuando viajas por él, contemplas la flora y la fauna; la geografía e historia que se posó sobre las olas del tiempo que fue modelando los espacios.
Viajan dragones, pitufos para mostrar nuestras inquietudes, para ayudarnos a conocernos a través de nuestros esfuerzos.
No renunciamos a ver en el alumnado la fuente de conocimiento que nos ayude a caminar con ellos.
Un elefante baila, pesado, en una sala mientras alrededor cuatro personas giran y saltan en curvas que se van abriendo y cerrando sobre el foco que tiene ese gran paquidermo. Se colocan formando una punta como para penetrar en la indiferencia de las personas ante la falta de cuidado de un sitio tan silencioso, pero tan necesario como puede ser un río, que sacia sed, arrastra suciedades y da cobijo a flores variadas y animales que habitan o acuden para refrescar las ausencias de un elemento que parece no queremos cuidar.
Bailan para erradicar la indiferencia. Gente se une, personas les miran con indiferencia y otros juzgan la poca oportunidad de la danza en temas "demasiado" serios. Estos controlan los pasos.
Están en mejorar lo que ellos quieren crear, no en responder lo que otros quieren criticar. Avanzar, tropezar, aprender, conseguir ser.
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