Allí abajo permanecí por un tiempo eterno de no sé cuántos días.
Nada me era vedado: ni el despreciar al otro, ni el oprimirle, ni incluso el hacerle creer que era uno de los míos; incluso me pidió un selfie el desgraciado aquel;² estaba claro que eran momentos para dejar de respirar y sacar la sonrisa insinuante que era un rictus que había heredado de quién dijo que era mi padre. No era consciente que en aquella barriada yo podía ser la semilla fertilizada de un odio.
El ascensor lo cogía porque tuve la osadía de ofrecerle mi espalda para atarse sus tacones, cuando se agachó me palpó y me mandó seguirla. Me vio tan dispuesto como ella a que las fronteras las tuvieran quienes dudaban de ir un paso más delante.
Lo di cuando cogí el ascensor y pese a las cámaras que ella sabía que nos grababan,me apretó hasta la asfixia y un poco antes me soltó para que supiera cual era su límite.
Si eso era lo que habían visto por las cámaras, se habían perdido como me introducí en ella y como su Fa Mayor en el desafío lo había dado en el momento de mi sacudida primera. Apretó en la virulencia de sus palabras que eran exprimirme; no perdí el rubor.
Supo mis límites y me presentó a su chulo, apoyado en la barra, parecía tener estrellas alrededor. Sus ojos, como los de aquel perro, era de asesino.
Me escribió este texto y maquino el abismo por el que debería tirarme cuando ella no quisiera mostrarme como su perro.
Agaché la cabeza y me aplicaron una descarga. No es nada a otros les hacemos creer que piensan y son felices.
De mí sabían que tenía sus modales, sus odios y las ganas de ser un dios mientras durará el tiempo concedido y para ello, había escrito una portada inmunda sobre asesinar a un presidente. Me sentía tan inmune que me insinué a él.
No le pillé en buen momento, está bajando la cuerda, conmigo en el extremo inferior a un mar infestado de tiburones; al primero le he pegado una dentellada y al segundo un cabezazo en la mandibula.
Ha comprendido como me las gasto y a continuación me ha izado y mientras medita lo que hace conmigo, ella se acerca, con una excitación mayor a la mía.
Nos mira, con su enésimo cubata en la mano y un destello de miedo al mirarnos
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