Salí en su búsqueda después de llegar a la puerta de casa y decirme un vecino que ella había dicho que salía para no volver. No era posible, estaba enferma y me había mandado a la calle a pasear. El ascensor no funcionaba y mis cuatro patas me permitían acciones que a ella le hacían sufrir.
Puede que me equivocará cuando cogí la dirección de aquel parque tan peligroso cuando vas solo, pero era el que me permitía una zona de juego donde además podía hacer mis necesidades.
No llevaría ni tres minutos, cuando mi vida se quebró hasta hace unas horas, en las que pude recuperar mi libertad y volver al encuentro de mi compañera.
El tiempo es muy relativo para nosotros y si además te enamoras de un ejemplar tan bello como intrigante, entonces puede que tus ojos no miren nada de lo que hay a tu alrededor, como el compinche de ella que te aturdira con un golpe; ni sabrás cuántas noches has pasado llamando a tu compañera de piso, para decirla que en esos instantes no bajarías a la tienda de enfrente a comprar nuestra comida. A veces, los gemidos eran muy fuertes, pues tu hambre lo pensabas, también, en ella, amarrada a aquella planta, con la puerta clausurada como una celda, ahora sin tí, de castigo.
Algunas exhibiciones a las que te arrojaban, eran atroces porque ibas desmembrando cada una de las partes de tu contrincante pero no te permitían parar en una en concreto para alimentarte, era la destrucción de quién te habían hecho tú enemigo.
Algunas noches, cuando el cansancio de las peleas y el de los gemidos en busca de ella en tú petición de perdón te postraban en el fango, tus ojos buscaban en el cielo las estrellas que ella te había enseñado a reconocer y a amar. Te introducías en aquel carro en el que ella te paseaba cuando o eras pequeños o habías estado herido en una pezuña por tus juegos incesantes e inquietantes. A veces, en esas lúgubres noches de encierro, creías poder montarla en el mismo sitio y ahora ser tú quien la pasearás. Te dormías agotado, hasta extenuación de no abrir los ojos si no era con el primer palo que recibías. Era como si volvieras a la vida de la que te habías ido. Esta mañana había amanecido diferente, unas gotas habían golpeado tus párpados cerrados, tomaste consciencia de estar despierto pero sin querer abrir los ojos, cuando uno se rebeló contra tu apatía, viste la puerta abierta y recordaste en el momento el aroma del camino de regreso a casa. No paraste hasta oír al vecino decir la frase fatídica: "salía para no volver", tu añadiste lo que tanto te había dicho entre caricias "hasta haberte encontrado".
Si, tras un mes, en el que los vecinos la habían ayudado, salía por primera vez a aquel parque y la besaste hasta saciar las negruras de aquel tiempo pasado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario