Antes de ayer, hace unas horas, empiezo un texto y me pierdo, es como un muro. Pretendo escribir de aves, de pájaros, de mi río, de la piragua, pero nada llega, todo se hunde en la nada.
Pienso en el Intermedio y la derrota que supone haber dejado de verle desde el año pasado, cuando encima llegó Cristina Gallego que es m ideal de clown. Me viene a la mente como he podido dejar de escuchar la clarividencia del Gran Wyoming, aunque no es ahí, en ese medio, donde la termina de desarrolla.
Tumbado, intentando leer algo que se me escapa, tengo la tentación de poner un móvil y dejar que mi mente se escape, una hora, dos con vídeos preparados, de gracias inmediatas. Ya casi ni siento vértigo por las locuras narrativas de David Fernández o de Pepintre. Podría quedarme subido a un árbol, como el primer primate y escucharles en la creación del mundo; estaría seguro que tendría un frágil equilibrio, pero no menos que este, en el cual habito
Podría recordar los días agradables en los que he podido disfrutar, este verano, algunos de mis mayores con los que he seguido aprendiendo; a otros próximos les vi como invadiendo mi infancia cuando era joven y estúpido, como ahora, y les quise más lejos; por ello, no reclamo nada, no creo merecer estar rodeado en este tiempo en el que me siento bien.
Retomo a Gerardo Tece, acabo de oír La Base, y más y tengo la sensación de que ni tendría su brillantez, ni debería ser leído lo que escriba de todo lo que nos rodea.
Corro sendas y parecen cerrarse para que ya no vuelva sobre ellas y mirando al cielo busco los dibujos que nunca supe hacer mientras que en mi mente ordeno los pentagramas sobre los que escribir las notas de un mundo al que llegué ahora; no haré los caminos de Jorge Pardo, si los días de, a pesar de una falta de aire, que me mostrarán musicalidades que nunca pensé podrían ordenar mi caos.
Vuelvo a Susan, le recrimino a Wyoming, recojo a Tece para buscar una brizna de una madera sobre la que no ahogarme porque el mundo sea envenenado por canallas, patrocinados por un capital que se cree más que ese hijo de un pequeño empresario inmobiliario que se ha hecho okupa; porque los poderosos se protegieron entre ellos, en la judicatura, en los medios de comunicación, en una iglesia católica, siempre subvencionada y otras religiones que penetran para enmarcar certezas, desde sus miserias, que aparentan dar seguridades perennes.
Nada puedes describir porque quienes te rodean, son crédulos de un ser infame que no sólo nos mintió a los que ya le conocíamos en su maldad, sino a ellos que creen haber oído que todo aquello con aquel ser deplorable, fue a mejor en sus vidas que prosperaron en el dinero y les abrieron grietas en la miseria moral que tuvieron que soportar, esconder de aquellos miserables, que provocaron guerras, atentados, hundimientos.
Opresores que llaman a inventados apocalipsis, mientras ellos siguen enriqueciéndose a la vez que hacen ricos a los ya poderosos y, al ver tanta aceptación, tienes que mirar a aquel monaguillo ridículo, como aquel con una brecha y una sonrisa que parecía siempre fuera de lugar.
Por eso, es por lo que siento que las palabras se me hunden, desaparecen como quienes cruzan el Mediterráneo, saliendo de países a los que despojamos.
El gran conductor, el de todos los siglos, el de ahora es el ser que tiene las peores entrañas porque está dispuesto a seguir haciendo un altar de sus verdades, aunque los cimientos, y las columnas que las sujetan sean las de sus pasadas "absolutas verdades" que fueron siempre mentiras.
Al sentir que esos seres, como decía la escritora George, nunca perecen porque para las grandes riquezas son intercambiables y, a la vez, les son aprovechables por su mentalidad killer de despreciar al diferente, seguro, y a sus seguidores por creer sus patrañas. Al tener todo eso en la mente, el teclado se para y la belleza que nos rodea, siente la angustia que la pueda quebrar, gente tan despreciable
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