Cogió los hilos, por fin convencida que su única opción era ponerse manos a las obras porque urgía tener todo aquello preparado para cuando llegará el invierno. Todo había sido posible en los meses anteriores, dormir en el suelo, tirarse sobre la hierba de los parques, trazar pasos por entre los acantilados más sinuosos que jamás hubiera visto.
Ahora era otra cosa; nadie dudaba que podrían venir días de ventiscas, hielos y grandes nevadas que amenazaban que no habría otro mundo posible.
Todo se había suspendido, esperando la llegada de los tresillos y semicorcheas. Ellas describirían las escarpadas rutas que les llevan a picos insaciables de ser visitados por los exploradores de límites. Caerían vertiginosas por las cascadas que habían sentido al conocerle en aquel patio a quien atravesó océanos. Sería las alas del vértigo de aquel inocente crédulo que, sin embargo, las seguía batiendo porque veía nuevas llanuras.
Eran las caballerizas desbocadas con las que te introducias en los jardines de aquella ninfa que unía la mente a su cuerpo entregado a una investigación de las incandescencias corporales.
Subía, el ansioso de la belleza, una pequeña colina que le daba el faro suficiente para contemplar una enorme luna que salía desnuda detrás de otro monte enfrentado. Se paraba el tiempo en esos tres segundos que podías apartar la vista de la carretera y recorrías las montañas, y escuchabas las procacidades de aquellos habitantes lunáticos.
Todo se soltaba entre los tresillos y las semicorcheas; aún con los pedregosos silencios de corcheas, antes o después, te subías a sus tiovivos y retozabas como en aquella cama que fueron un columpio de descubrimientos, desnudados los límites.
Por la pasión, de ser en otros seres, se derramaban sonrisas y se convencía a los miedos que los toboganes fueran largos y sinuosos.
Un tresillo, más otro, e introductor de dos semicorcheas más eran una escalera de subidas a las nubes que te desplazarán para ayudarlas a que se derramarán para el sediento, el moribundo país, o el desnortado trashumante.
Llegaba esos tiempos y lo que antes era apuntar al infierno del caos, ahora es paciencia para lo que puede llegar a ser, transformador y sibilino baile con las fuentes de la vida
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