Llega aquí este pobre viejo, con su tabla-comic donde quiero contarles las vivencias que tuvo cuando un día salió a correr con sus pesadas piernas, su despoblada cabeza y los soplidos de sus pulmones al borde de ser reducidos a un silbato.
Sucedió que iba aún más despacio que el día anterior, que había sido más lento que el que le precedió; su cuerpo nadando por el suelo, iba siendo comido, pensó, por una inmensa nube. Pegó un gran bote cuando se dió cuenta que era un gigante quien se había comido el Sol; poseía un ojo malévolo que desprendía una sonrisa como para proclamar, grabar y remarcar aquella increíble lentitud.
Se aprestó el viejo a tomar cumplida venganza cuando comprendió que aquel enorme ser el sólo daba abrazos de ironía para esconder su enorme humanidad.
- Le cogió una noche de peregrinación a los Molinos, este pobre hombre que les habla apenas le conocía. De repente creía estar viendo un ser sobrenatural, él decía llamarse Héctor, Hectorrrrrrrr, proclamaba con su vozarrón; e iba levantando coches, a uno, no lo conseguía y al otro, tampoco, pero los gritos y las risas que quería provocar y conseguía, eran, también, del tamaño de una montaña.
- Tocaba el saxofón y también el ánimo de aquel piragüista que puso en riesgo al enorme explorador de las montañas, Castilla,; este, a su vez, ser incansable e indescifrable. Repetía y reprochaba una y otra vez a este ser sin río, en el que me he convertido, la maldad de meter a alguien que "no sabía, no sabía navegar". Hubo días en que tanto atacó que pensó coger un papel, un boli y describir los desgarradores colmillos del malvado lobo feroz, pero la sonrisa que nos venía es una tinta que borra las historias más terribles, cuando recuerdas como cogía el abducido megáfono con el que proclamaba las "cosas" de este despistado señor.
Pasamos de viñeta, aquí le vemos andando con verdaderas nubes como montera, ha perdido el rumbo, ha abierto sus ganas y sentado recibe a su gran amigo Manolo, se miran y mientras moja las migas en la yema del huevo, sabe que tiene clavados los ojos sobre la humillada cabeza y prolonga ese instante por si el tiempo, la necesidad de volver, se introdujera como tema de conversación. No pasó entonces, ni cuando nos fue contado, ni cuando nos vuelve al corazón para hacerle sentir abrazado por aquellos dos enormes inconformistas.
Por hoy se acaba la historia que cuenta este trasto viejo de cómo fue barnizado por los colores que le impregnó aquel gigante que mezclaba los matices con los pinceles de su picaresca humanidad
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