Personas como Ignatius dicen que de pequeños era algo fullero. Yo, de Valencia de toda la vida, era más fallero que otra cosa.
Otra cosa es mi señora que siempre quiere que decore nuestra casa; yo me comprometí hace años. Le hable de grandes proyectos en cada una de las habitaciones. Ella me miraba, siempre con una mezcla de condescendencia, de una ligera admiración por mi capacidad para elucubrar y un preparar los utensilios para que pudiéramos tirar las sobras de un nuevo fracaso.
Estaba tirada en una de las piezas del edificio, un barco que había navegado; imagine ponerle en el agua en una época cercana. Las drizas, los diferentes palos, las velas, todas las iba colocando en el barco que había pintado en uno de los muros de la habitación. Cada día dedicaba más tiempo a pintar y menos a buscar todo el material necesario para botar algún día la nave; "la nave no va", era un año más la perspectiva.
Le acompañaba siempre un perenne sentido de fracaso. Nunca había dejado de intentarlo pero ocurría que no terminaba de implicarne mucho. La derrota era periódica. Me levantaba una mañana pensando en modelar una orza para que dejara de derivar a otros temas. Pasó que me puse de fondo música de Eddie Vedder, la letra de "Long Way", decidió mi mente que empezaba a viajar, primero a lo más lejos, con lo cual, enseguida volví a limar un canto de la orza que, por cierto, me hizo un pequeño corte al que tuve que poner entre dos galletas para que no manchara la madera, me dijeron. ¡Qué leches!, si la sal borrara cualquier señal.
De todo eso aprendí y me dí cuenta que eso no era el mejor camino. Después de variaciones en mi forma de tratar cada una de las salas, pensé que ya había obtenido la fórmula mágica. Utilice unos andamios, y desde aquella mirada cenital creí que con un martillo, cuatro clavos, un destornillador y 20 tornillos todo quedaría en condiciones de uso.
¿El resultado?; son estas palabras de reconocimiento de un nuevo comienzo.
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