No es fácil empezar un libro cuando oyes que miles de libros insustanciales se escriben cada año.
Aún así, haber escrito, sólo, piezas cortas te hace temer que estas insusticionalidades, contra antes se acaben, mejor.
Cuando ante este dilema, cogí el saxo, que lo antepuse al teclado del portátil, comprendí que recomenzaba para volver a llegar a otro punto de partida. Porque, volver a empezar con otro tipo de sintaxis de la que se quejaba alguien, por no encontrar significado a comprender la esencia de lo que se hace, parecía una pérdida de tiempo.
Tras 168 días, empiezas a subir con los sostenidos y te das cuenta que al bajar estas en el mismo lado que con un bemol descendente de la nota superior; entonces echas una ojeada a la peña Hueva y te ves subir por un lado y bajar, aunque sea más tranquilo que aquel ser que se lanzó a tumba abierta para ver si se quebraba todo entero él y no se casaba al fin de semana siguiente, por el lado contrario, casi siempre inexplorado pero con otra belleza que descubriste en tu ultima etapa de corredor con ideas maratonianas.
Te encuentras con una noche que aún requiere tu Minueto, o "pero mira como beben" y vas distinguiendo corcheas de negras y blancas que te piden su tiempo, sin que les robes un mínimo grado. No sabes si resistirás después de correr pero, sobre todo, tras haber asistido a una de los momentos más surrealistas que puedes vivir.
Paras en un pueblo cercano al tuyo y ves a un conocido y a su mujer detrás. Este hombre tiene cerca de 87 años, va con su carretilla y fijas tu atención y le ves con una escalera de tres tramos. No te cuadra, por allí, no hay nada. A la pregunta de a donde vas, parece hacerla un regate, con la velocidad que, cada vez más, porque no ves partidos, observas en Vini. Le insistes porque una escalera puede ser para subir una pared que no existe por la ruta que recorre. Descubres que tenía que regar un huerto vallado a más de dos metros y medio de altura. Las llaves no las tiene, el candado no lo quiere romper; se subirá por un lado y echará otro tramo de escalera al otro lado.
87 años, te repites; le dices que no lo hará ni de coña. Le mandas a que te abra el agua, cuando te organizas dentro del terreno, miras a la valla; con su altura, a unos tres metros, con todo, está él, su mujer recién operada, sin ver a 20 centímetros, como un pajarillo helado que ha seguido una fuente de calor, por si la tiene que mantener encendida ante cualquier vicisitud.
Como una sugerencia, porque ya parece que no puede ir para adelante o para atrás, te pides que le subas un poco una pierna que él no puede. Ha ganado, y es su vida y te callas y le seguirás ayudando en lo demás.
Dificultades, existen todas, sólo están las ganas que tengas que enfrentarte con ya no sólo los sostenidos de fa, sol, la, sino que el de do, tremenda apertura, y te anuncias los re y algún otro.
Vas viendo hojas del segundo libro de saxofón que ayer te parecían indescifrables y hoy empiezan a tener un poco sentido. Sabes que la sonrisa de aquel que tanto te había llegado a conocer en tus trabados percances, te tiene que acompañar porque ya, sólo, le tienes en tus actos, y, a veces, se mezclan esa mueca de alegría, con una tristeza infinita porque estaba ahí, tan cerca y se escurrió en un instante, este al que no pudiste coger del cuello, para decirle que le soltará que no tenía derecho a arrebatar tanto amor por la vida.
Recorrer veredas, vericuetos en un pentagrama para crear un mundo
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