Todo empezó hace años, algún siglo, incluso, no nos quedó más remedio que seguir el ritmo de las petroleras, de los productos para nuestra comodidad. Algunos conocidos, se fueron a ciudades pequeñas, a lugares que les permitieran vivir pensando en sus seres queridos, Talavera de la Reina, Burgos; no querían que su trabajo fuera pagar una hipoteca y gastar su tiempo por dinero.
Pasaron y, de alguna manera, les admiré, en mi caso preferí vivir en una ciudad pequeña, aunque con amagos de grandiosidad, como "aquí tenemos playa", pero, a cambio tuve que hacer un viaje de 60 km. diarios para acudir al trabajo, imperfecciones.
Estoy seguro que parte de los baños de sol que nos hemos dado estos pasados días, vienen de ese contaminante ritmo que nos hemos dado para, casi, sobrevivir
Ayer, 11 de Abril, hablaban de un fuego en Ocentejo, como decía alguien, tenemos que aprovechar lo bueno que nos llega, ese calorcito que nos permite exhibirnos en nuestros cuerpos, más o menos esculpidos; ya llegará lo pésimo, va llegando: quemarse el Alto Tajo, mi abrigo de estos últimos años. El lugar de descensos por sus aguas desde hace más de 30 años; el iniciático, Morillejo- Trillo; el arrobador, La Falaguera-Puente de San Pedro.
Tardé en darme cuenta lo que significa esa masa arbórea, y lo que soy dentro de ese lugar, una parte infinitamente mínima, un alvéolo, una neurona que participa en su grandeza, unas piernas que lo recorren embelesado, unos pulmones que solo intuyendo su inmensidad, en la oscuridad aspira su pequeña porción de oxígeno, como un árbol más, que a esas horas, también quiere oxígeno
En Abril, en este mes sin mil aguas, con bocanadas abiertas de sus pinos, su robles, para quitarse, como algunos animales, su fatiga al no llegarle ese líquido, con la lengua fuera por el cansancio de buscarla sin resultados, tras meses escondida en otros países.
Duele ese primer fuego, tan devastador para nuestra vidas, pero a quien juzgan es a los científicos que controlan el producto que lanzan y saben que no tiene ninguna repercusión sobre el lugar receptor. Desaparece y todo sigue igual. Tras el fuego, no.
Pero lo fatuo, vence y tranquiliza a mentes que no quieren sobresaltos; ver que juzgan una mancha que se quita con agua en diez minutos que denuncia nuestras terrible debilidades ante quienes nos destruyen. Y así andamos en lo nimio mientras nos quemamos. Esa equidistancia entre cosas diferentes, que nos hunden en sus aguas, andando hacía las profundidades
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