martes, septiembre 13, 2022

Un día inglés

 I am here, in front of the Palace. Some woman ask me for the hell.

  Me levanto muy temprano para contemplar la luna llena que ya se ha cansado de iluminar rutas. El ciervo camina plácido hacía la zona alta. Mi viña le ha servido de alimento y oigo su berrear porque después de un buen mosto, parece que montar a una cierva, que le ha acompañado, es algo que les apetece.

Mi trabajo de unas cuantas sesiones tiene su recompensa. Han sido ellos, como podría haber sido yo, si ella hubiera tenido a bien, disfrutar de una sombra, una manta, un picnic y mis manos dibujando el infinito sobre su cuerpo. 

Me anunció que lo hariamos otro día; pero el ciervo se ha saciado de uvas y yo, de su ausencia. 

 El animal sube a su mirador, lejos de las molestias de los humanos. Se refugia entre piedras salientes, enrevesados bosques y carcavas que labran las lluvias, cada vez más salvajes. Antes, no hubiera tenido ningún mérito eliminarle y ahora es un dios sobre un trono. Se lo ha preparado él, con la ayuda de la naturaleza.

  Llega Septiembre, esos mundos desaparecen, acudo a una tierra de trabajo; un lugar repetido para vidas nuevas, diferentes. El tiempo me ha hecho más consciente de la importancia de escuchar. El resplandor de los primeros días corre el riesgo de ser apagado por el aplastamiento de lo cotidiano. Cojo una mochila para ir apartando las luces para la búsqueda. Me dice que vuelvo a ser incongruente, pues la oscuridad cegará  lo descubierto. No, he aprendido a dejar un hueco por la que sea una estrella que me despierte cuando me adormezca. 

  El encanto de lo nuevo me llama para regarlo; son tiempos de sequía y es, el dedicarle tiempo, a escuchar los manantiales, los que me humecederán los labios con los que mi paladar pueda degustar los nuevos tiempos. Incluso lo violento necesita abrazos. Un día comprenderán que se necesitaban construir con los cimientos bien estables.

   Mientras una señora se arroja contra un árbol y sale trastabillada hasta caer sobre mis brazos.  Miraba al palacio de invierno y todo el frío me había atrapado, incluso en la mirada. Cuando ella, comprende donde me hallo, me pregunta por donde llegar a ese infierno. Entonces, esa luz que estaba escondida, despierta mi mirada glacial y su palabra deshace las ligaduras al viento del Norte; sopla un viento que atenúa su frialdad y nos permite que nuestro pequeño cesto sea el lugar por el que empezar a navegar.

   Su mano deshace la ligadura a la zozobra; con su boca guía el timón a los amaneceres por llegar y los muros de las olas de lo que nos ocurrió, que nos quieren aplastar, son surcadas por nuestra nave. 

   Miro el infinito para saberme cada vez más cercano, a ese cambio que Leila Guerreiro oyó de una anciana en silla de ruedas, serán los tiempos los que nos anclen a la insignificacia, mientras nosotros nos revelaremos contra la angustia de lo que esta por llegar para que este en su justo sitio; aquellas palabras en inglés, tronaron para asustar a los ogros que quieren tomarnos para encerrarnos en cuevas, donde la luz se agote

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