Sin saber que estaba bajando hasta los infiernos de aquellos instantes, conducía pensando en el próximo proyecto. Se arrimaba el Sol al capo de mi coche y el brillo de las luces se incrustaban en los deseos más íntimos.
Se las señalé como indicándola atreverse a aferrarnos a aquella valla por la que salimos de nuestros abismos.
No hubo palabras; sólo, su boca se incrustó sobre mi cuello. Sus labios señalaron cada uno de mis deseos y por ello, durante unos minutos conduje ebrio de ella. Sabía maneja la lengua con la precisión de un espadachín y parar para el éxtasis donde un cuerpo se arropa de todas sus voluptuosidades hechas en mutua entrega.
Recordaba, impreciso, todo el cuerpo de ella, pero le llenaba como ella había buscado saciarlo y él había sido un alumno ávido de entrar en los nuevos mundos que antes eran convencionalismos y ahora eran variados paraísos.
Tuvo que parar el coche, porque todo parecía derrumbarse y al volverse a ella, busco escalar hasta los picos, donde tantas veces había pensado que no la había llevado. Ahora encordado, si ella daba un paso, él encontraba un camino donde ella se asía para coronar su propia cima
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