Un chico viene por entre las cañas; por el suelo, las plantas se enredan como ante lo estuvieron mis pelos. A lo lejos, por el otro costado, una chica levanta a un hombre caído, le apoya sobre unas rodillas, está en cuclillas y le da un beso sobre la frente, a continuación, coge un puñal y con decisión hace una incisión sobre el femur de ese moribundo, pues así lo está tras haber sido picado por una vibora. Lo que parece un ósculo es en realidad que intenta absorbe todo el veneno vertido por esas hendiduras.
Nuestro primer personaje, ajeno a lo anterior, observa un horizonte encerrado. Acaba de acudir de visitar el pequeño homenaje que le hicieron a su amigo, escribiendo en una piedra su nombre, año de nacimiento y día de su muerte. Al lado, se intuye mucho de lo que era él, en su relación con la sociedad. Curioso, el joven ha andado unos metros más, intrigado por donde llevaba un recorrido tan sinuoso y en la parte final, tan inclinado y se lo piensa para si mismo, tan criminal, por haberle quitado la vida a un joven que la exportaba. Quizás cien metros, quizás menos, en un descanso en un monte que a Miguel le sirve de inspiración y de reto, se gira y ve un atardecer maravilloso, enfrente el pico el Aguila, pero mirando a la izquierda se extiende una vega del Henares primeroy después debe conectarse con la del Jarama, hasta llegar a las estribaciones de la sierra de Madrid. Hoy, el Sol dibuja una paz sobre cada uno de los matices de esos espacios.
Tallado todo lo anterior en su mente, se gira y fija su atención en la curiosa imagen, parecida a una virgen doliente que tiene sobre sus rodillas, aquella persona caída, envenenada su sangre por cosas ajenas a él.
La mujer le mira; tiene la boca entumecida por todo el veneno tragado, pareciera que empezará a hacer efecto en ella.
Después de chupar la zona donde están las incisiones, espera que haya un progreso en esa cara despersonalizada, crispada, aterida por el frio con el que la muerte llama a sus puertas.
Siente que una tercera vez, la llevará a un estado de agotamiento en el cual ya no pueda ayudar al hombre caido. Este, sobre una quietud en la que se ha quedado todo el entorno, con sus coches y el bullicio de una niña que da volteretas, al ritmo de un corazón que toca con palos de abrazos y ojos escondidos en lágrima, hace un gesto apenas perceptible como de querer aquella superficie fría.
De repente, el veneno desaparece
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