Mi señora se ha ido de casa. No lo teníamos previsto ninguno pero todo ha sucedido muy rápido. Estamos en la cama; yo, como siempre, leyendo a Kierkeegard; ella escuchando las entrevistas con Houellebecq.
Debía haber comprendido que yo estuviera un poco con la mosca entre la oreja, porque es verano y sobretodo no he puesto mosquitera, pero escuchar a este hombre, te mete en viajes finales que empiezan bien y no sabe uno como vas a desear un exterminio en el nihilismo. Ella, siempre me miraba con pena, por haber fiado todo mi conocimiento al libro publicado por Faemino y Cansado sobre Kierkeegard. He sido muy superficial en diferentes momentos de la vida, pero entrar en este filósofo y luego poner a caldo a un budista, ha sido un salto por el hueco de un glacial que no sabe uno donde va a poner los crampones. Él detonante fue que ella apagó el audio y dijo, como toda conclusión, vamos a follar. Yo, que miraba por el rabillo del ojo que le producía a Mari lo que le producía esa audición; viendo reacciones de mucha reconcentración, me estaba metiendo un estado de desazón que me había apagado toda la líbido; de Kierkeegard sacaba la conclusión que tratado a duo por esos dos sesudos autores, me producía un abaratamiento de mi seriedad, lo cual luego tenía que generar un valor añadido con reflexiones sobre el surfeo en la playa de Berria. Nerea Eizaguirre defresnestada por Jorge Vilda, concluía en una charla sobre la ola, que no siempre llega hola, pero que en una tabla, se monta una en la más alta que no lleva a ninguna playa, sino a la zona de piedras de las cuales se puede salir golpeado.
Estaba en esas rocas, en su ensimismamiento y de repente dice: ¡follemos!.
Mira que no soy muy de negarme, después de tanto tiempo de abstención. Si viaje, por los polos y ya lo decía Simone de Beauvoir, y si no, alguna otra, el valor de la mujer está en si misma, no en los extremismos de darlas nuestra pasividad para elevarla a diosa de la casa.
En esas estábamos; ella, soltar los cascos, empezar unas caricias y yo, en quitarme la palabreria de Javier, que escrita coge un ritmo que tenía que sujetar poniendo un dedo sobre lo leido.
Es poner la mano sobre el dedo medio del pie, siempre largo, muchas veces encogido por mor de algunas zapatillas y meterse mi oreja en su boca y ya todo pensamiento profundo, aunque sea de Faemino se va al garete y desde ahí, acerco el taburete, dejó el ritmo de las historias con una mano, mientras la otra ya busca su boca, tan erótica que siempre la imagino como un melocotón de Calanda, rico y sabroso.
Todo andaba en ello, ya no había ningun atisbo de nuestras profundidades de hacía unos minutos. Ahora estas eran exploradas por manos, bocas y otros miembros que se esforzaban por buscar lo que sabía que agradecía el uno y la otra.
No había las prisas de aquellos años en los parques, en los que te sobresaltabas cuando una hoja se interponía al entrar en tu boca que iba a su oreja o una rama se partía, cuando estabas intentando ahogar la exclamación que era entrar en las pequeñas muertes que dicen son los orgasmos.
Un poco antes de toda esa navegación de robinsones que se habían encontrado, para atravesar cielos, había pasado mi cámara sobre un QR que habían puesto los autores para escuchar, lo que habían escrito.
La catástrofe sucedió, había tardado en identificar el audio, pero cuando ella subía desde mi dedo gordo, por las rodillas y llegando a los muslos; Javier Cansado ha empezado a reflexionar sobre Kierkeegard, ella ha mirado hacía delante, mi sexo, mi barriga, su dedo en mi boca y ha dicho, joder José quitas el rollo a cualquiera.
Se ha levantado, ha dejado que el hielo se apoderada de todo mi cuerpo. Ha cogido libro y audio, se ha ido durante un tiempo en el cual empezaba la glaciación por mi pie izquierdo.
El tiempo se hizo grande, para decir que se había acabado
Hasta que ha abierto la puerta, a la vez que empezaba a sonar la trituradora. No, es malo, los amaneceres más placidos han sido cuando esa máquina ha eliminado todo lo que nos separaba en esos instantes.
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