Busco una y otra vez la vereda por donde pude ver aquel corzo. Lo piensa y te mareas, estaba al lado del kayak, ladrando que es lo que hacen para entablar conversación. A veces le sigo el rollo, pero son muy cansinos y hoy, ya estaba recogiendo la pala y guardando la ropa.
Iba a levantar la piragua para ponerla sobre la baca y, como para llamarme la atención me ha preguntado: ¿Pero esta no muge?
Iba a pasar, pero le he dicho: sólo cuando me acuesto con ella.
Decirlo y para que quiero más; bramidos, ruidos con las patas, más berridos y por fin, que me pide la embarcación.
Que no, que no sabes, que no has montado nunca.
Ella, pues si no eres cazador me tienes que ayudar, que veo que ya me salen los cuernos. Esto último asociándolo con lo nuestro. La he dicho que es su tiempo, que no se asuste, que lo nuestro duro lo que dura un whisky on the roll de naranja, debe ser. Le hago que la naturaleza no has hecho así, sin cadenas.
Me recuerda cuando la vi con el macho cabrio y sus cuernos, hermosos, acaracolados. Envidie ese porte y ella me comentó, no te preocupes mi naturaleza te los tallara. La mire resignado pero ansioso de ella. Lo que tenga que llegar que llegue y ahí, en la rocosidad que siempre fue mi atalaya para mirar aquel lago de centeno, consumamos un día de quinientas noches. A la mañana siguiente, tuvimos que turnarnos cuando el primer buitre bajo a ver si estábamos de parranda o muertos. Dos leches bien dadas le dio la corza. Yo, en sus ancas le plante dos, en la oscuridad, besos, como para empezar de nuevo, se rebullo y me dijo ahora mueve tu para despistar al otro buitre.
Le iba a dar, pero que me monte en él a eso me llevo mi instinto. Nada que se me pasó la borrachera de sexo y en la primera batida de alas, ¡Qué grandes! luego, 100, 500, 10.000 metros de altitud.
Oye que si, que los pedos de las vacas huelen la hostia, incluso a aquellas alturas. Mareado descendí y deje al buitre a su toma de corriente. ¿Qué como me mantuve?
Bueno, todo es fijarse y tomar granadina que llevaba el ave en su frigorífico. No me preguntes porque pero es como si grano a kilómetro, estuviéramos en Granada y su Alhambra nos embrujara. A la corza le he dicho lo de la res pero la verdad que las últimas mil y una noche las he pasado con ella. El aroma del Generalife y los atardeceres era nuestra única ropa.
Lastima que ella tuviera que salir a buscar "mis gafas", es lo último que me dijo.
Yo, por no dar lástima, salí por el sumidero de la muralla. Siempre ha sido así, como no dándome importancia. Pero este aquel que un gran número de animales y personas habían salido como a ovacionarme. Eres increíble, "una noche más de las mil", "la has dejado como la flor del azahar"; "durante ese tiempo no necesito sus imprescindible gafas".
Me vine arriba, que si, que si, que me ve valorado, que me dije, volvamos al redil, que es la atalaya, que es nuestro obelisco y la corza, que me mira como deseándome. Yo ya he pensado, eso o que necesita binoculares. Pero mientras, " que binoculares, ni leches". Putos buitres, lo mismo me la vuelven a montar.
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