jueves, mayo 19, 2022

Una encina

 Cuando me lo dijeron, lo entendí mal, quizás por eso la cogiera con una pequeña decepción. Siempre que aspiras a tomar los cielos y te quedas con una encina, se te cae el agua en el macetero para que no deje de crecer, como otros dicen como no te vamos a querer.

  Me imagino que tardará años y que debieramos llevar un cierto cuidado en su proceso de seguimiento. Si fuera en el campo, desde luego una adecuada protección para anímales y otras bestias, se hace imprescindible; si fuera en un patio interior, no estaría de más atender a esas otras variantes que disfrutan destruyendo, como si hacerlo, les diera la oportunidad de ser un dios en si mismo y este aplicara la variante, destrucción para afirmarse en si mismo. 

   Esa elección, con la perspectiva del tiempo, nos puede parecer, ínfame, e incluso con el tiempo, ese endiosamiento juvenil puede echar en falta lo que hubiera sido saber cuidar a algo tan agradecido como una planta. 

   Otra cosa es quien con el tiempo, subido en un podio por los medios de información, en su fuero interior comprenderá que esas alabanzas, esas postracciones, esas palabras que parecian ponerles en el olimpo del que no se bajarían jamás, eran pronunciadas, escritas, dibujadas por mercenarios sin escrúpulos, que en estos momentos, cuando ya ha pasado su tiempo, se humillarán ante otras monedas arrojadas, a las que muerden con la avidez de comer, si son de chocolate, o de besar, si son para seguir bajando a los submundos de lo infame. 

  La gloria por un tiempo infinito de 4 u 8 años, a cambio de seguir regando con tintas, papeles plásticos y delebles, para cambiar el nombre, a las proclamaciones; para seguir atosigando con pastillas de eucaliptos los carraspeos de quien dice ser claro lo que lee, en borrosas líneas, todas en negro. 

  Supieron bien lo que sus aduladores eran y lo que sus tronos significan; pagos, pagos, pagos en las más diferentes versiones para que esas personas, fueran exoneradas de tanto basura en la que nadaban con filtros que las hacían aparecer en islas paradíasacas o imperios, con chorros fluyentes que se caracterizaban en torres que tocaban paraisos, con sus antenas de plumas que aliviaban las durezas de sus dioses adorados.

  En una mesa, bella, pero silente, espera que sea una hormiga o un dinosaurio quien la coloque para que en una entente de equilibrio de los dos mundos, valore esas hojas, lanzadas al viento.

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