Te planteas romper la cuarta pared, pero descubres que las otras tres las has ido clausurando.
Hace un tiempo, viste posible llegar, pero siempre buscas el ruido y él se apodera de los tiempos, de las intensidades y de todos ellos, en sus matices.
Sabes que te tienes que entregar porque a las palabras, en sus artificios, las desnudan los hechos.
Existen muchas que son bellas. A algunas pese a tu edad, las parece tener vedadas; a otras, más duras, sin embargo las exhibes sin pudor, porque con tus hechos, las hace plenas, ellas.
Sólo es dar dos pasos, trastabillarte; sentirte débil pero saber que has empezado. Entonces te acuerdas de tu profesor que te miraba como diciéndote, si te proclamas tonto, ahora mismo lo cumples.
Y reseteas. Te arrojas, la veracidad te enseña partes tuyas para que las aceptes y te abran otros armarios, otras bodegas, otra habitación de tus horrores y ya sigues, pero no hoy, sino a los días a los que quieras los ecos que distorsionan lo que podía haber sido un viaje a otro de tus epicentros.
Como Marcelo, los vidrios se empañan por lo que fuiste, por lo que te espera
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